Un verano mediocre

Además de no madrugar, Victoria Federica puede permitirse muchos lujos. Especialmente uno: ser mediocre. A diferencia de la plebe y sin tener que esforzarse por brillar, nunca le va a faltar ni un halago de ¡Hola!, ni la paga de los domingos, ni un plato de comida en la mesa de un restaurante canallita, ni una presidencia de una fundación. Pero la ínclita quiere ser y hacer, y que nosotros lo veamos. Qué turra. Y que qué necesidad tendrá, cuando vive en un permanente verano de anuncio de cervezas.

Victoria Federica desconoce las ventajas de su propia mediocridad, y también la de los veranos ramplones. Abonada a las pieles brillantes, a los conciertos de Starlite y a las motos de agua en Ibiza, no sabe la bendición que supone disfrutar de un verano aburrido en el que lo único que pase sea el tiempo, en el que te bajen las pulsaciones al nivel de Induráin, en el que tengas que releer a Torrente Ballester porque has acabado con las novedades literarias, en el que veas hasta las competiciones de escalada deportiva en las olimpiadas, en el que el mayor alterne sea charlar con el quiosquero. Un verano de siestas y chanclas, de felicidad tranquila y ventiladores en el techo. Un verano mediocre.