Si fuera psicóloga, en la primera consulta me llevaría al paciente a un karaoke. La actitud en un karaoke refleja la actitud ante la vida. Servidora, que tiene poquita voz pero desagradable, se echa dos copas al coleto, se deja arrastrar por la presión ambiental ... y sale a desafinar; en grupo, eso sí, que el ridículo compartido es menos ridículo. En fin, lo que sea por la integración social. Y por la comedia. Otras, en cambio, toman el escenario por asalto con la seguridad que les da saber que bajo ese disfraz de profesora de Primaria hay una Rocío Jurado luchando por desplegar las alas al viento.

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Por eso nos extrañó tanto lo que hizo Alberto aquella noche. Tímido y reservado, era la última persona que esperábamos ver sobre el escenario. Pero, después de que hubiéramos salido casi todos a graznar, dejó su cerveza sobre la barra, agarró el micro y acometió 'More tan this'. Cantó suave, y profundo, y con un poco de miedo asomando bajo la audacia, pero cantó. No era Bryan Ferry; no le hizo falta. Terminó la actuación, bajó y le pegó un trago a la cerveza. Aquello fue hermoso por lo inesperado, y raro. Pero, pensándolo bien, no lo era tanto: en aquel karaoke, Alberto había hecho lo mismo que hace en la vida: escucharnos en silencio para callarnos la boca en cuanto él abre la suya.

Tras un acto del Ministerio de Defensa, el teniente coronel González Hernández se ha puesto a cantar 'The Impossible Dream', de 'El hombre de La Mancha'. Eso también ha sido inesperado, también raro, y extrañamente heroico. Aunque, puestos a combatir a los rusos a base de canciones populares de ayer y hoy, quizás les acojonemos más si frente a su 'Kalinka' nos lanzamos por King África. Eso sí sería la bomba.

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