Un edificio en Beirut destrozado por una bomba. Afp
Opinión

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A la última ·

Hay cosas que llegan y te revientan el mundo. Como un misil. Entonces recoges los restos y sigues, y aprendes a vivir con un peso sobre el pecho

Mientras me lavo los dientes, escucho en la radio a dos mujeres españolas que viven en Beirut. Una lleva allí más de sesenta años; la otra, unos treinta. Hablan de incertidumbre, de angustia, de preocupación, pero no de miedo. Qué tías. Será la fuerza de ... la costumbre: nosotros llevamos décadas escuchando términos como «escalada», «ataque», «ofensiva» o «respuesta desproporcionada»; ellas, viviéndolo. Pero el resto, todo lo que no es violencia, chuminadas cotidianas como pasar por el ayuntamiento a por un papel, comprar verdura, ir a la oficina o a la peluquería (aunque haya algunas peluqueras que cometan crímenes capilares de lesa humanidad) se sigue haciendo bajo las bombas. Dice una: «Queremos creer que a nuestro barrio no le va a tocar». Sí. Siempre quieres creer que no te va a tocar.

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Pero hay cosas que llegan y te revientan el mundo. Como un misil. Entonces recoges los restos y sigues, y aprendes a vivir con un peso sobre el pecho que te asfixia como una manta zamorana en verano. Una amiga, cuando está fatal de lo suyo, se consuela pensando en la gente que se encuentra en una situación aún más dura. Piensa en las víctimas de las guerras, en los desheredados que nunca heredarán la tierra, en los que no tienen nada, en los que no tienen a nadie. Entonces, se seca las lágrimas, se retoca el maquillaje y sigue. Yo, haciendo caso a Jorge Javier Vázquez, pienso en las Campos: «Por muy mal que estés, siempre habrá una Campos peor que tú», dice. Y es verdad. Veo la que tiene liada ahora Carmen Borrego con su retoño y me alivia comprobar que, como no soy famosa, mi heredero no saldrá a ponerme a caldo en público previo pago de su importe. Si lo hace, al menos, que sea en privado.

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