Cada noche, al acostarme, hay dos preguntas que me inquietan, me atormentan y me perturban. Una es qué voy a escribir a la mañana siguiente, la otra es qué hago de comer. Hasta ahí, mi previsión a largo plazo. Y mi sueño, que me quedo ... rezando para que me ilumine Santa María de la Columna al despertarme y echando cuentas de las veces que hemos comido pollo esta semana.

Publicidad

Por ese motivo, porque no miro más allá del día después, me quedo traspuesta cuando leo que el personal se ha vuelto tarumba comprando entradas para una serie de conciertos que va a dar Dani Martín en diciembre de 2025. Que yo no iría ni aunque me mandara mi señorito a cubrirlos bajo amenaza de despido, vale, pero no lo digo por eso. Lo digo porque intentar contrarrestar la maldita incertidumbre comprando entradas para dentro de un año y pico es echarle un órdago al futuro: cuántas parejas que las compraron juntas no van a llegar ni a este verano, cuántos se quedarán en casa con una pierna rota o cuidando de un crío con fiebre, cuántos se van a topar con un pequeño o gran desastre que haga que su asiento del sector 09 de la planta 2 se quede vacío.

De la turra del 'carpe diem' hemos pasado a los planes quinquenales de la URSS, de la estulticia del «vive como si fueras a morir mañana» a apostarlo todo a un evento que nos va a procurar satisfacción a dieciocho meses vista, de la improvisación loca al miedo a una agenda en blanco. Y ni quemar las naves un miércoles por la noche sin reparar en que el jueves vas a tener que aguantar el resacón en la oficina, ni programar unas cañas con un colega para dentro de tres meses. Por cierto, creo que ayer hice pollo. Otra vez. Pues mañana lentejas, que nos van a salir plumas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad