La ley del silencio
A la última ·
En Afganistán quien canta su mal no espanta, sino que lo atrae en forma de castigo impuesto por la aplicación de las normas del Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del VicioSecciones
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A la última ·
En Afganistán quien canta su mal no espanta, sino que lo atrae en forma de castigo impuesto por la aplicación de las normas del Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del VicioTengo poquita voz, pero desagradable. Eso no me impide que cante por la calle con los cascos incrustados en las orejas y la música a todo trapo, aunque algún agrio me mire con cara rara. El teléfono, otro rancio, me recomienda que baje el volumen. ... Pues no me da la gana. Precisamente, si pongo la música tan alta es para acallar mis pensamientos, que prefiero escuchar a Bambino antes que a mi cabeza. Todo hay que explicárselo a estos malditos cacharros.
Aunque mis graznidos constituyan un atentado contra los oídos ajenos, aquí puedo cantar en público. En cambio, las mujeres afganas no tienen esa posibilidad. Tampoco la de entonar o recitar en voz alta. Mira, aún podían quitarles algún derecho más: tras obligarlas a salir de casa acompañadas por un familiar cercano (un hombre, claro), expulsarlas del colegio a partir de los doce años, impedirles la práctica de cualquier deporte, prohibirles trabajar fuera del hogar y expropiarles el cuerpo y el rostro, los talibanes les han quitado lo único, lo último que les quedaba: el sonido de su propia voz.
En Afganistán quien canta su mal no espanta, sino que lo atrae en forma de castigo impuesto por la aplicación de las normas del Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio. Atiende, qué nombre. Si no diera tanto asco y tanta rabia, daría hasta risa. Pero no, no da ninguna. A ellas, menos todavía. Por eso, las afganas desafían la ley del silencio y cantan en las redes sociales, para protestar ante un catálogo de atrocidades destinadas a borrarlas del mapa, para que sus voces atraviesen las montañas de tela y de infamias que las sepultan y se propaguen por todo el mundo. Pero nadie las escucha. Nos hemos quedado sordos.
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