Fracasar en febrero

Es difícil sustraerse a esos intentos porque, a pesar de conocer el trágico final, los comienzos siempre tienen algo de emocionante. Hasta empezar la semana con una merluza hervida, la comida más triste y pálida del mundo, puede ser motivador: es el inicio de una dieta que te promete llegar al verano con el cuerpo de Elle Macpherson. Pero esa motivación te dura hasta que, una tarde tonta, aburrida, oyes los cantos de sirena de una magdalena. Te sorprende, porque no has comprado dulces, pero los escuchas claramente. Sigues el sonido y la localizas: está al fondo de la despensa, tras la avena y las semillas de chía. Parece un poco seca, pero lo solucionas mojándola en un vaso de leche. Y, en ese momento, se abren las puertas del infierno: la magdalena lleva a la leche, la leche a una punta de pan con queso, la punta de pan con queso a un quinto de cerveza, y el quinto de cerveza solo conduce al dolor, a la autodestrucción, a la Betty Ford y a un pandero como una plaza de toros.

A pesar de ello, hay algo reconfortante en saber que esos empeños acabarán en nada. Porque ¿y si al adelgazar te conviertes en una persona insoportable que pide 'un agüita' mientras los demás están de cañas? ¿Y si, al dejar de fumar, no sabes qué hacer con esa ansiedad que te come por dentro y acabas estrangulando gatos? Qué miedo todo. Mejor fracasar con alegría.