Un hombre con gafas. EFE
Opinión

Desgafado perdido

A la última ·

Pensé que sería feliz el día en que, al fin, me las pusieran. Pero no. La felicidad siempre es una putada cuando llega a destiempo

Miércoles, 23 de octubre 2024, 00:28

Las gafas me crecieron a los cuarenta y tantos. Tras pasarme toda la infancia deseando llevarlas para mostrar por fuera lo que creía ser por dentro (una miniatura de escritora), pensé que sería feliz el día en que, al fin, me las pusieran. Pero no. ... La felicidad siempre es una putada cuando llega a destiempo.

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Ahora, justo cuando no tengo interés alguno, me las tengo que poner por imperativo ocular: empecé por no ver de cerca a causa de la presbicia (qué palabra tan fea; suena a enfermedad venérea, a mierdolina, que decía mi abuela) y acabé por no ver de lejos, que si no saludo a alguien por la calle cuando voy sin gafas no es por esaboría, que también, sino por cegata, porque no distingo un bulto sospechoso de otro. Pero, de operarme, ni hablamos. Por el contrario, muchos tíos que conozco han terminado entrando en quirófano para quitárselas de encima: es su hincharse el morro, su chutarse bótox, su levantarse el pómulo. Un amigo lo hizo por razones más carnales: «Es que quiero ver a las payicas en bikini cuando me meto a bañarme», me dijo.

Quitarse las gafas es una prueba de fuego, que a algunos se les quedan los ojos como dos olivas de cuquillo. O peor: Jorge Javier Vázquez, que se operó durante la época de 'Aquí hay tomate', le contó a Risto Mejide que él llevaba gafas sin graduar por un empeño de Vasile. Lo que no contó Vázquez, pero sí Jordi González a El País, es que Vasile le obligó a ponérselas porque sin ellas tenía cara de mala persona y de hijo de puta. Feijóo, desgafado perdido tras operarse de cataratas, no llega a tanto: está raro, medio desnudo, como pillado en falta, pero poco más. No sé si verá mejor el panorama, pero sí a las payicas en bikini este verano.

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