Urna funeraria con los restos de una persona. E.C.

Cenizas

A LA ÚLTIMA ·

Hoy la Iglesia, siempre alegre y jacarandosa, me recuerda que no me escapo: polvo soy y en polvo me convertiré

Morirse siempre viene mal. Ningún día es bueno: tienes que trabajar, hacer la colada o ir a por el resultado de unos análisis, a ver cómo van esos triglicéridos. La diñas y dejas a los demás empantanados; a unos porque habrán de buscar a una ... persona (o a un programa baratero de Inteligencia Artificial) que te sustituya, a otros porque les tocará recoger una ropa tendida que se ha quedado acartonada, tan tiesa que tendrán que doblarla como se pliega un metro de madera. Morirse ocasiona mucha tarea a los que se quedan aquí. Excepto al médico de cabecera: poco importa ya lo de tu colesterol.

Publicidad

Dar la lata después de muerto es una ordinariez. Por eso quiero que el tránsito me pille con la vida limpia y planchada. O, mejor aún, que no me pille. Pero hoy la Iglesia, siempre alegre y jacarandosa, me recuerda que no me escapo: polvo soy y en polvo me convertiré. Espero, al menos, que sea en polvo quevedesco y enamorado, y no abandonado: unos chavales encontraron una urna semienterrada en una playa de Chipiona, y la llevaron a la Policía Local. Allí, sin que nadie la reclamara, ha estado cuatro meses sobre la mesa de despacho del jefe, entre el informe de detención por menudeo de La Chafá y el cuadrante de turnos, hasta que los agentes la han depositado en el columbario del Santuario de la Virgen de Regla.

Devorados por un mismo fuego hambriento, igual da que seas un tipo de Chipiona que una señora de provincias a la que no le viene bien morirse porque ha de terminar una columna y sacarle las manchas de vino tinto al mantel. Todos saldremos de aquí muertos, reducidos al tamaño de un bote de Nesquik. Y eso proporciona una extraña tranquilidad.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad