«Señora de 70, casi viuda, desea conocer señor entre 70-75 años, con mismos deseos, aficiones, para pasar buenos momentos. Murcia». Es el texto de un anuncio que rula por ahí desde hace años y que, de vez en cuando, reverdece laureles gracias a ... la acidez de ese 'casi' que te salta a los ojos como un chorro de limón. Qué prisas, chica. No es que aún no se haya enfriado el cuerpo, es que ni siquiera hay muerto.

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La vida está llena de 'casis'. Yo, una vez, fui casi rica. Bueno, mi santo, que a mí no me llega la poca fe ni para comprar lotería. Nos bailó un número del Gordo, pero solo el hecho de estar tan cerca de la riqueza nos hizo soñar con ella. «¿Te imaginas?», me preguntó. Y sí, me imaginé: tres meses viviendo en Roma, tres en Londres, tres en Tokio y tres en Nueva York. Al año siguiente, otra rotación por capitales varias, y así hasta conseguir la Tarjeta Plus Platino de Iberia. «Pues yo me haría una casa en Mugardos para pasar el verano», me contestó. Anda, mira: mientras servidora aspiraba a una vida cosmopolita y a una doncella que le cediera los zapatos, como le oí contar a Emilia Landaluce que hacía el mayordomo del Duque de Alba, él solo quería volver a sus raíces. Definitivamente, tiene sueños modestos, de lacón con grelos. «Además, puedes seguir escribiendo desde allí», remató. Vaya. Otro que se ha creído esa milonga de que uno escribe por una imperiosa necesidad vital, y no por dinero.

Aquello acabó en una discusión tan gorda que, en un momento, pasé de casi rica a casi divorciada. Después, recapacitamos: mejor clase media juntos que clase alta por separado. Y que, a diferencia de la mujer del anuncio, nosotros no tenemos recambio. Qué tía tan previsora, también te digo.

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