Servidora tiene la misma capacidad de prever el futuro que Aramís Fuster. Por la pandemia, lo digo. Porque no di ni una. Porque, cuando algunos pronosticaban que el encierro iba a machacar a los críos al privarlos de la posibilidad de experimentar momentos irrepetibles propios ... de la edad, la arriba firmante aseguraba que para nada, que no, que ellos, a diferencia de los que estaban en el tiempo de descuento, tenían toda la vida por delante para recuperar lo perdido. Me equivoqué, claro.

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A los que no hemos tenido que lamentar daños irreparables, de la pandemia solo nos queda un recuerdo raro y la receta del pan casero; será porque el armazón que llevamos hecho a base de ensaladas de hostias, que diría el ínclito, sirvió para algo. Pero a los que no contaban aún con herramientas suficientes como para saber que todo, hasta lo peor, pasa, les remató el virus: si antes de aquello la generación Z ya era la más deprimida y angustiada de la historia, después del confinamiento los chiquillos han batido récords de suicidios y problemas mentales, que ahí están las cifras para quien tenga el estómago de verlas. Añadámosle el aislamiento, el porvenir incierto, los algoritmos caníbales y unas redes sociales que igual te llevan al móvil un mundo de felicidad inaccesible que el acoso más cruel y perverso, y ya tenemos la tormenta perfecta.

Leyendo 'La Ventana Indiscreta', el exquisito y último libro recopilatorio del trabajo de Puebla, dibujante de La Verdad y ABC, se me ha metido una viñeta en el ojo: dos chavales se saludan con el pulgar en alto y la sonrisa en la boca al cruzarse por la calle. Mientras, de la cabeza de uno de ellos sale un pensamiento que es un grito sordo: «¡Ayuda!». Ayuda, joder. No pide nada más. Ni nada menos.

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