Siempre me desconcierta que los pasajeros arranquen a aplaudir cuando el avión de Ryanair aterriza. Entiendo que lo hacen por haber sobrevivido a cruzar el cielo metidos en un transporte para ganado con alas, pero me sorprende que sea el único momento en el que ... se dan cuenta de que esto nuestro, lo que viene siendo la vida, es provisional.

Publicidad

«Donde está el cuerpo está la muerte», le oí una vez a un viejo en el autobús. Lo decía porque un amigo suyo la había palmado estando de vacaciones en Benidorm. El «instante normal» de Joan Didion. O no tan normal, porque que lo último que hagas en tu vida sea bailar 'Los pajaritos' tiene su aquel. Y que tampoco hace falta morirse en un bar de playa para montar el lío: una caída tonta, y se va todo al garete. Olvidamos lo frágiles que somos para poder levantarnos por las mañanas, igual que nos olvidamos de los fracasos amorosos para poder enamorarnos de nuevo; si no, no existirían ni 'First Dates', ni Tinder, ni las famosas que salen en ¡Hola! bajo el titular «Rehace su vida junto a un prestigioso abogado». Por lo visto, nunca ha habido un prestigioso fontanero.

Los desastres, además, son muy inoportunos. Ya me decía mi abuela que siempre saliera a la calle con las bragas limpias, por si cualquier cosa. Yo creía que con ese 'cualquier cosa' se refería a la posibilidad remota de que ligara, pero no: era por si el cirujano que me operaba a vida o muerte tras ser atropellada por un trolebús se percataba de que llevaba las bragas sucias. Otra pequeña tragedia que añadir a la grande. Por ello tendríamos que aplaudir cada noche antes de acostarnos; por haber sobrevivido, intactos, a otro día. Eso sí, coger el avión sin cambiarse de bragas es jugar a la ruleta rusa.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad