Nada decepciona tanto como la Nochevieja. Jugártelo todo a la carta de que la última noche del año tiene que ser la mejor de todas es una apuesta tan alta que solo se puede perder. Las que teñimos canas ya sabemos que, tras las lentejuelas, ... los recogidos fantasía, los vestidos morcillones y los cubatas de garrafón, vienen un resacón antológico y una almohada llena de purpurina. El despertar de una vedete. Ahora, con tomarme las uvas en pijama estoy servida. Afortunadamente, anoche vino la familia a rescatarme de mí misma y a recordarme que aún me quedan un par de escaleras que bajar cantando por Celia Gámez. Aunque sean las de mi casa.

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Mi santo, por el contrario, no lleva una vedete prejubilada dentro, sino un compositor del XVIII. Con la edad, le ha encontrado su aquel a la música clásica, y me tiene con el Concierto de Año Nuevo sonando a todo trapo mientras guardamos la cristalería buena. Mira, hasta las copas están temblando con tanta polka. También le ha dado por la ópera, y, lo peor, es que me ha contagiado: fui en febrero por primera vez y me pasó lo mismo que a Julia Roberts en 'Pretty Woman'. El día que vaya a ver 'Madama Butterfly' me pongo el Tena Lady.

Aficionarme a la ópera fue la sorpresa del año pasado. Una buena sorpresa, de esas que solo suceden cuando te propones dejar de proponerte porque, harta de alcanzar diciembre con el regusto amargo de los objetivos incumplidos en la boca, aprendes a afrontar el nuevo año sin expectativas desmedidas, sin falsas euforias y sin creer en el milagro de encontrar un bar donde no pongan reguetón. Y chica, qué descanso. Me veo en 2025 convertida en colombofílica, filatélica y numismática, como Don Pantuflo. Tan pichi. Feliz Año Nuevo.

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