En la campaña de las elecciones a la Asamblea Constituyente de 2017 Nicolás Maduro se sometió frente a las cámaras a la prueba del dispositivo que validaba su credencial. Al mostrar su carnet ante un móvil habilitado, el terminal se quedó en blanco durante tres ... segundos viscosos e interminables. De repente la pantalla vibró un poco, parpadeó y apareció este mensaje: «La persona no existe o el carné fue anulado». Entonces Maduro y su séquito sonrieron ante la prensa, y sin darse cuenta, encarnaron la metáfora de todo un sistema fallido.

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Ahora ha habido otra cita con las urnas, y durante varios días hemos tenido mensajes en el Teléfono del Lector con una misma pregunta: ¿Qué pinta Henar Moreno de observadora internacional en las elecciones venezolanas? Consuela un poco saber que hemos sido unos cuantos los que nos hemos encontrado ahí como vecinos en una plaza, reunidos en torno a esa duda multiplicada a la enésima potencia en el caso incomprensible del expresidente Zapatero. El padre de Leopoldo López, un periodista que tuvo que huir a España y una empresaria amenazada me relataron lo mismo que cuentan miles de venezolanos exiliados a los que les resultó imposible vivir en esa asfixia. Es igual que lo que oímos en aquel viaje a Cuba, cuando comimos arroz con frijoles y ropa vieja en paladares que no estaban en las guías, o paseamos por El Vedado, La Habana Vieja, Hamel o La Rampa y los cubanos, una vez despojados de sus recelos, contaban sinceramente lo que es vivir allí.

Puede que ante las críticas, Henar Moreno y Zapatero piensen lo de Tony Soprano, que se enfadaba y gritaba lo de «¡Dirijo un negocio, no un puto concurso de popularidad!», o quizás fueron allí a constatar realmente que la cosa funciona a la perfección. Porque si estos dos invitados fueron observadores serios y rigurosos habrán podido comprobar que se ha hecho realidad la vieja cita de Lenin: «La libertad es algo precioso, tan precioso que debe ser racionado».

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