Ya se oye a los críos por las calles. Gritan, corren un rato, se suben al patinete, se bajan. Convertidos en una tuna en miniatura, van a rondar a sus abuelos antes de volver a casa. Mis sobrinos pasan por debajo de la ventana de ... mi suegra para saludarla, mi vecina habla con su nieto asomada al balcón: qué guapo estás, qué alto, cómo has crecido, qué ganas tengo de darte un abrazo. Los abuelos mandan besos hacia abajo, los niños hacia arriba. Declaraciones de amor a distancia y en vertical. Los nuevos Romeos y las nuevas Julietas.

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Mientras tanto, la gresca. No sólo llevamos un epidemiólogo dentro, sino también un acusador profesional: que si se están incumpliendo las normas, que si salen familias enteras, que si los padres son unos irresponsables, que si los niños están desatados. Acabáramos. Más desatados que los niños están los instintos. Los de Alfonso Merlos, en concreto. Otro Romeo, pero de los antiguos. De los que llevan varias Julietas en danza. De los de te voy a poner un piso, o una mercería, o un programa en Murcia. El culebrón sigue, 'Sálvame' mediante. Y con más público, que a los habituales hay que sumar a los señoritingos que se han pasado diez años hablando de telecirco y, ahora, descubren la piedra filosofal. En fin, la vida. No os guardamos rencor. O sí, que para llegar a esto hemos estado al pie del cañón durante años, tragándonos a Gustavo González disfrazado de bebé y a Anabel Pantoja mirando el móvil durante cuatro horas seguidas. En lugar de dividirnos entre aplausos y caceroladas, tendríamos que dividirnos entre los que vimos a Paqui 'La Coles' haciéndose un test de embarazo en directo en los baños de Mediaset y los que no. Que una tiene su currículum. Y su pedigrí.

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