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Mis abuelos contaban que el día de su boda, mientras disfrutaban del convite, la radio del restaurante interrumpió la programación para anunciar a bombo y platillo el fin de la Segunda Guerra Mundial. Me queda aún bastante para ser abuelo pero, cuando llegue ese momento, ... quizá me toque a mí contarles a mis nietos que yo viví la Tercera Guerra Mundial. Y aunque no me hagan demasiado caso, me esmeraré en explicarles, de la manera más sencilla posible, cómo llegamos a ella.
Les diré que hubo un tiempo en el que el mundo estuvo dividido en dos, Estados Unidos y la Unión Soviética, pero esta última colapsó y los americanos pasaron a ser la única potencia. Había ganado la libertad, se decía entonces.
Pero los americanos no supieron gestionar su victoria. Empezaron a comportarse como el típico abusón de patio de colegio, lo que les provocó enemigos. Por ejemplo, en el mundo islámico, que les golpeó el 11S. En Estados Unidos se preguntaban entonces «¿por qué nos odian tanto?», pero su respuesta, en forma de una desproporcionada guerra en Irak que desbarató Oriente Medio, vino a acrecentar aún más ese odio, que se extendió a otros lugares.
El sentimiento antiamericano lo aprovecharon Rusia y China, que se unieron para desbancarles. Se convirtieron en potencias económicas, proveedoras de energía y fabricantes de casi todo lo que consumíamos en Occidente, sin que nadie supiera ver que nos estábamos volviendo totalmente dependientes de ellas. Además, fueron tejiendo alianzas con todos los enemigos de Estados Unidos, colonizaron América Latina y África y, por supuesto, reforzaron sus ejércitos.
Se esmeraron también en destruir la Unión Europea, principal aliada de los americanos. Apoyaron a partidos ultras y desplegaron sofisticadas campañas de desinformación para debilitarla desde dentro. Y, mientras tanto, los europeos vivíamos despreocupados, pensando en un mundo feliz sin lobos al acecho. Y ese fue el problema, que los lobos estaban ahí, afilando los colmillos. Nuestras economías entraron en franca decadencia, con una población apática y tremendamente envejecida. Se anunció que la Unión, carente de ejército propio, iba a incrementar los gastos de defensa y muchos países volvieron a imponer el servicio militar obligatorio, preparando a sus poblaciones para la guerra. Hasta naciones históricamente neutrales, como Finlandia y Suecia, pidieron su ingreso en la OTAN. Pero fue ya demasiado tarde.
La Tercera Guerra Mundial, como las dos anteriores, se libró sobre todo en suelo europeo. Pero esta vez, Estados Unidos no salió a nuestro rescate, cansada de haber pagado la factura durante años sin que nos hubiéramos preocupado de nuestra propia seguridad. Y hubo también conflictos en Oriente Medio, con un Israel que cruzó todos los límites, y en el este asiático. Al final, Rusia, China y Estados Unidos, que evitaron una guerra abierta entre ellos, firmaron la paz y se repartieron el mundo. Y Europa quedó condenada a la insignificancia en el plano internacional.
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