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Resulta difícil no conmoverse ante la muerte del actor Gene Hackman y su esposa hace unos días en su casa en Santa Fe (Nuevo México). ... Nadie se encargaba de atenderles, incluso sabiendo que él tenía un alzhéimer muy avanzado. Vivían apartados del mundo, sin relación con su familia, de la que al parecer hacía mucho tiempo que se habían distanciado. Murieron en absoluta soledad, sin nadie que diera la voz de alarma de lo que les había ocurrido.
Desgraciadamente, no es un caso aislado. Por eso, y a pesar de lo trágico del suceso, puede que su terrible final sirva para remover conciencias. Porque la realidad es que, desde hace años, se viene alertando sobre la expansión en todo el mundo de la epidemia de la soledad no deseada, que afecta especialmente a la tercera edad. Según datos del INE, más de dos millones de personas mayores de 65 años viven solas en España, un 20% más que hace una década. Y las cifras se incrementarán en los próximos años, a tenor del progresivo envejecimiento de la población y del aumento de las parejas sin hijos. Pero el dato más alarmante es que entre el 30 y el 40% de ellas no solo es que vivan solas, sino que además se sienten solas en la vida, sin vínculos afectivos.
Ese sentimiento es devastador. Quienes padecen este aislamiento social tienen mayor riesgo de sufrir enfermedades y trastornos de salud mental, como depresión y ansiedad. Suelen abandonarse en su alimentación, en la práctica de actividad física, en el cuidado de su higiene, en la relación con otras personas... Sienten que ya no importa nada y, lo peor de todo, que ya no importan a nadie.
Hay países en los que este problema ha adquirido tintes dramáticos. En Japón, por ejemplo, las estadísticas hablan de que casi el 14% de las personas mayores fallecidas que viven solas no son halladas hasta uno y tres meses después de su muerte, sin que nadie las eche en falta. Hasta tal punto llega el problema que se creó un Ministerio de la Soledad, algo implantado también en Reino Unido, donde la cifra de mayores que sufren este problema ha crecido de manera alarmante. En España, afortunadamente, nuestra forma de vida y la existencia de relaciones familiares más consolidadas que en otros lugares nos están protegiendo de alguna manera, pero no sabemos hasta cuándo. Es vital que sigamos adoptando medidas para combatir esta soledad en la tercera edad, fomentando la integración social de los mayores, fortaleciendo las redes comunitarias y el acceso a servicios de acompañamiento y habilitando espacios donde puedan relacionarse, tanto en las ciudades como en entornos rurales. Y ello sin olvidar que necesitamos un cambio en la forma en la que miramos socialmente a las personas mayores, promoviendo su reconocimiento para que se sigan sintiendo útiles, queridas y respetadas, y para que sepan que siguen importándonos, que no están solas ni lo estarán y que siempre habrá alguien a su lado cuando lo necesiten.
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