Si alguien quiere un buen ejemplo de cómo no actuar ante una situación de crisis, puede mirar estos días al Reino Unido. La Casa Real británica afronta momentos difíciles, con el cáncer del rey Carlos III y la misteriosa enfermedad de Kate Middelton, princesa de ... Gales. Todo un reto comunicativo para una institución que, lejos de haberse adaptado a los nuevos tiempos, parece seguir anquilosada en los errores del pasado, entre ellos el secretismo, la ocultación de información e, incluso, hasta la burda manipulación de fotografías para tratar de acallar rumores.

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Estas eran prácticas frecuentes décadas atrás, cuando la salud de los gobernantes constituía un secreto de estado. En países dictatoriales, reconocer una enfermedad era visto como una señal de debilidad que podía dar a alas a los enemigos y desestabilizar al régimen. Y precisamente por ello se silenciaba cualquier dolencia y se mostraba siempre a los líderes como fuertes y saludables, casi inmortales, a veces con relatos increíbles, como cuando los comunistas chinos publicitaban que un ya septuagenario Mao era capaz de cruzar a nado el río Yangtsé, de orilla a orilla, a una velocidad de récord mundial. Y esta ocultación se daba también en democracias. En EE UU, Roosevelt no se dejaba fotografiar en silla de ruedas (tenía polio y apenas podía caminar) y otros grandes líderes, como el británico Churchill o el francés Mitterrand, callaron durante sus mandatos haber sufrido un infarto y tener cáncer, respectivamente.

Pero las cosas han cambiado y, poco a poco, se ha ido imponiendo la necesidad de transparencia en torno a la salud de los políticos. En muchos países, de hecho, los reyes y presidentes se someten a chequeos médicos anuales, cuyos resultados se hacen públicos, al igual que si se les detecta alguna enfermedad. No es una obligación legal, pero se ha convertido en una regla. Alguien podría decir que la salud es un asunto privado y que, por tanto, no habría que informar sobre ella. Pero siendo esto verdad, también lo es que algunas dolencias pueden influir en el normal desempeño de la actividad política y que, por tanto, los ciudadanos tienen derecho a saber si su líder está capacitado para ejercer el cargo. Esto afecta sobre todo a posibles trastornos de carácter mental, pero también físico, porque el electorado quiere líderes fuertes, resistentes y saludables, capaces de llevar con mano firme las riendas del país. Este es el debate que estamos viendo en Estados Unidos en torno a la salud del presidente Joe Biden.

En cualquier caso, lo que no parece posible hoy día es seguir confiando en el secretismo, la ocultación o la mentira, como está haciendo la Casa Real británica. Primero, porque el control de la información que había en el pasado es imposible y hoy todo se acaba sabiendo. Y segundo, porque no siendo sinceros, lo que están fomentando son los rumores y las noticias falsas, que generan incertidumbre y desconfianza, horadando así el prestigio de la institución.

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