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Dice la cortesía democrática que a los nuevos gobiernos se les debe conceder un periodo de gracia de cien días para valorar sus acciones. Pero a Donald Trump le han bastado apenas dos semanas para mostrar bien a las claras por dónde irá su acción ... de gobierno. Para comprender estos primeros días es necesario remontarnos cuatro años atrás. En noviembre de 2020, Joe Biden ganaba las presidenciales. Tan solo unos meses antes, las encuestas daban ventaja a Trump, que parecía tener asegurada su reelección. Pero por medio se cruzó la pandemia y, al final, las urnas le dieron la espalda.
El republicano no aceptó los resultados, lo cual era esperable en una persona con un ego muy acentuado que le impide reconocer un error y, menos aún, una derrota. Es por eso que su discurso se radicalizó, acusando a la burocracia de Washington de haber «amañado» las elecciones. Incluso no tuvo reparos en alentar a sus seguidores a asaltar el Capitolio. El magnate no podía tolerar aquella afrenta y, desde ese mismo momento, empezó a preparar su vuelta a la Casa Blanca. Tenía que ganar y, además, de la manera más contundente posible. Tenía que volver para vengarse de todos aquellos que le habían arrebatado la presidencia.
Y lo ha conseguido, dejando bien a las claras que ese rencor acumulado va a ser una de las líneas que guíen su actuación. En el universo mental de Trump, o estás con él o estás contra él. Así se vio en la lista de invitados a su toma de posesión o en la designación de su equipo de gobierno, en el que, por encima de cualidades profesionales o políticas, el principal valor ha sido la lealtad inquebrantable a su persona. Una lealtad que exigirá a periodistas, a empresas y también a otros gobiernos. Y para quienes osen contravenirle, su estrategia pasará por el recurso de la amenaza, como hemos visto ya con Colombia, México y Canadá y como probablemente veremos con Groenlandia, el Canal de Panamá o la Unión Europea.
Además, sus primeras medidas se han encaminado a tratar de desmontar lo más rápido posible esa «cultura woke» a la que él acusó de haberle quitado la presidencia: retirada de la OMS y del Acuerdo de París, fin del ecologismo y eliminación de las políticas de integración, género e inclusión. La escenografía a la hora de firmarlas, con público y a la vista de todos los medios, supuso también un guiño a sus seguidores, tratando de reforzar la idea de que Trump cumple lo que promete y de que no se le va a poner nada por delante.
Pero con todo, quizá el elemento que mejor resume la esencia de su política del rencor es la fotografía que ha elegido como retrato oficial de este segundo mandato. Una foto que emula a la de su ficha policial cuando fue detenido, en la que aparece con gesto serio, malhumorado y desafiante. Desde la imagen, el nuevo presidente reta a quienes quisieron acabar con él, diciéndoles que no lo han conseguido y que está de vuelta con más fuerza que nunca para ajustar cuentas.
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