No me gusta el vino. Siendo riojano he intentado muchas veces revertir esta situación, por eso de no dejar mal a la tierra. Y también, dicho sea de paso, por hacerle caso a mi padre, que me recordaba con sorna cada vez que declinaba una ... copa que uno nunca debía fiarse de un hombre que no tome vino.

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Pero que no beba no significa que no sienta orgullo por lo que este producto representa para nuestra región en términos históricos, culturales y también económicos. Y que, precisamente por ello, me preocupe cuando veo signos de crisis que comprometen su valor o que cuestionan ese indiscutible liderazgo a nivel mundial que venía teniendo hasta hace unos años.

Las cifras están ahí y la realidad es que el Rioja se enfrenta a retos de gran calado. Competencia cada vez mayor de otras denominaciones españolas y de otros países, crisis económica y caída de ventas, nuevos hábitos de consumo e, incluso, las consecuencias del cambio climático sobre el cultivo. Pero hablar de vino no es solo hacer mención a cuestiones productivas o de comercialización. En los últimos años es hablar también del enoturismo y de la enorme contribución económica que esta actividad reporta a las zonas vitivinícolas. Y en este campo, se están haciendo cosas, pero no podemos relajarnos y pensar que todo nos vendrá dado simplemente por inercia. Otras regiones se están poniendo las pilas y, al igual que ha ocurrido con el consumo de vino, quizá aquí también nos estén empezando a ganar la partida. Las cifras de turistas, por ejemplo, evidencian que La Rioja Alavesa o, lo que es lo mismo, el País Vasco, empieza a comernos terreno de una manera cada vez más evidente, con una oferta más estructurada y de gran calidad y también con un mayor apoyo institucional y una mayor unidad de acción entre todos los actores involucrados.

Y es que el enoturismo no es solo visitar bodegas, es también ofrecer otras alternativas culturales y de ocio, infraestructuras hoteleras, refuerzo del comercio local, lucha contra la despoblación, mejores comunicaciones, campañas de publicidad, puesta en valor y restauración del patrimonio histórico de los municipios... Y es ahí donde quizá se eche en falta una estrategia definida como región, una estrategia conjunta y coordinada, más allá de iniciativas aisladas, por muy valiosas y bienintencionadas que sean. El caso de Logroño es probablemente el más claro, porque ¿qué ofrece esta ciudad, que como capital de La Rioja debería ser desde hace muchos años la capital mundial del vino, a este tipo de turismo? No tenemos ningún espacio museístico, pero es que tampoco hemos conseguido ser referentes en materia de investigación en este campo, con la existencia, por ejemplo, de un gran clúster tecnológico del vino a través del cual potenciar el I+D+I.

En definitiva, no podemos dormirnos en los laureles o confiar simplemente en el poder movilizador de una marca, el Rioja, que por muy potente que sea, si no se refuerza, irá perdiendo valor.

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