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Como periodista, aún conservo la costumbre de leer varios periódicos y escuchar o ver informativos de distintas cadenas, especialmente ante acontecimientos destacados. Y, sin duda, un debate de investidura lo es.
Ha habido titulares para todos los gustos. Para unos, Feijóo ha salido victorioso y ... reforzado. Para otros, se ha puesto en evidencia su soledad. Es algo que suele pasar a menudo al comparar medios de distinta tendencia que, a pesar de hablar de lo mismo, tienen interpretaciones bien dispares.
La pregunta es: ¿quién dice la verdad? Y el solo hecho de que nos planteemos este dilema encierra uno de los mayores fracasos de un periodismo que ha ido perdiendo su vocación de objetividad para decantarse por la ideologización, situándose sin ningún disimulo en uno u otro lado de la trinchera.
Es curioso recordar que los periódicos nacieron en el siglo XVIII no como herramientas de información sino como instrumentos de propaganda al servicio de los partidos políticos. Ya en el siglo XIX surgieron los primeros periódicos llamados informativos, cuyo objetivo era contar las cosas con rigor, servir de contrapeso o 'cuarto poder' frente a los abusos del resto de poderes, ser el perro guardián de las democracias. Se vivieron a partir de entonces episodios míticos de la historia del periodismo, como el célebre Watergate. Nunca gozó de más prestigio nuestra profesión.
El problema vino cuando se empezaron a ver dos tendencias preocupantes. Por un lado, el intento de los poderes políticos y económicos de controlar a los medios, coartando su libertad y su independencia. Y por otro, la propia deriva de los medios a ir posicionándose de una manera cada vez más evidente en el terreno político, poniéndose al servicio de unas u otras ideas. Esto último se ha reforzado en los últimos años con la creciente polarización política, de la que los medios son también responsables. Porque han pasado de contar noticias a querer influir sobre sus audiencias. Y estas ya no consumen un medio porque quieran estar objetivamente informadas, sino porque anhelan ver refrendadas sus propias ideas, hasta el punto de que cuando un medio al que consideran como guía publica algo que parece contradecirlas, dejan de consumirlo. Y esto no hace más que ahondar en la polarización, porque ante el miedo de perder audiencia, los medios no hacen otra cosa que reforzar su ideologización. Es la pescadilla que se muerde la cola.
¿Y dónde queda la verdad en este contexto? Esto es lo más peligroso. Porque ya no hay una verdad comprobable e incontrovertible, sino diferentes verdades según la tendencia de cada cual. Y, por supuesto, mi verdad siempre es mejor que la del rival, que nos negamos a escuchar, porque no queremos que nadie nos contradiga. Esto es fomentado por los propios políticos, a los que les viene muy bien que tanto medios como ciudadanos hayan dejado de ser críticos y se hayan convertido en hooligans, mucho más fáciles de manipular.
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