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Cuando era pequeño, solía pasar los veranos con mis abuelos en un pueblecito al noreste de Burgos. Un lugar idílico, rodeado de bosques, pero con la amenaza a escasos kilómetros de la central nuclear de Garoña. En mi infancia, a finales de los 70, yo ... no entendía nada de eso, a pesar de que solía llevar una chapita que me regalaron mis tías en la que un solecito sonriente decía «Nuclear, no gracias». No fue hasta que llegué a los 14 o 15 años cuando mis amigos y yo empezamos a familiarizarnos con aquel grito de guerra de «Garoña, cierre ya».
Entonces ya había fake news. No existían aún las redes sociales, pero ni falta que nos hacían, porque nos surtíamos de rumores que corrían de boca en boca. De vez en cuando alguien decía haber visto patos con dos picos por la radioactividad. Y nos lo creíamos a pies juntillas. Y recuerdo que dejamos de ir a la piscina que había cerca de la central, la única con agua calentita, en cuanto alguien nos comentó que estaba así porque con esa agua enfriaban el reactor.
Nos colocaron también en el pueblo un altavoz gigante para avisarnos ante una posible fuga. Todos los veranos hacían un simulacro y la sirena se oía a varios kilómetros de distancia. Pero hubo un año que empezó a sonar sin previo aviso y se desató el caos. Vecinos muertos de miedo tirando maletas por las ventanas para subirse a toda prisa a los coches y escapar de allí. Una escena propia de película. Hoy, cada vez que nos acordamos de aquello, nos entra la risa, pero en aquel momento poca gracia nos hizo.
Garoña cerró en 2013, cuando yo ya había dejado de pasar los veranos en el pueblo. Hubo quien se alegró, pero otros se lamentaron por la pérdida de puestos de trabajo. Exactamente lo mismo que está pasando estos días en Almaraz, cuya central dirá adiós en breve. Nuestro país sigue así con su plan de clausurar todas las plantas y dar carpetazo a la energía nuclear. Pero, mientras tanto, Alemania, que las había cerrado hace años, anuncia que va a reabrirlas, y otros países como Reino Unido, Francia, China, Rusia o EE UU van a construir nuevas. Además, y para colmo del desconcierto, la Unión Europea y la Cumbre Mundial del Clima han etiquetado ahora a esta energía como «verde».
Es verdad que si pretendemos acabar con fuentes altamente contaminantes como el petróleo o con nuestra dependencia del gas exterior y, sobre todo, si queremos mantener nuestro ritmo de vida y crecimiento económico, quizá no tengamos otra alternativa que volver a contar con la energía nuclear. Y en esta carrera puede preocupar que España se quede atrás. Pero si es así, digámoslo así. No pretendamos ahora quitarnos el sentimiento de culpa diciendo que es «ecológica», como están intentando vendernos últimamente, porque a pesar de que no emita CO2 en su producción, los desechos radiactivos que genera son muy peligrosos para el medio ambiente y la salud y, además, duran miles de años. Y eso sin contar con una fuga o explosión, de efectos devastadores.
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