Que un hipocondriaco como yo hable de la muerte es todo un contrasentido. Pero ayer fue el día de Todos los Santos y hoy el de los fieles difuntos y no encuentro mejor fecha para hacerlo.

Publicidad

Puede resultar igual de paradójico que alguien hipocondriaco reconozca ... que le gusta visitar cementerios, siempre que no sea para asistir a algún entierro. Es verdad que estos lugares evocan tristeza, pero también una sensación de calma, de detener el tiempo. La elegancia de los cipreses, el colorido de las flores, la belleza arquitectónica de muchos panteones, el descubrir la última morada de personajes históricos... En muchos países, de hecho, los camposantos, además de espacios de culto y de recuerdo a los seres queridos, se han acabado convirtiendo en lugares turísticos.

Hay también tradiciones mortuorias que han conseguido embaucarnos y que forman ya parte de nuestro patrimonio inmaterial. Y no hablamos solo del controvertido Halloween, celebrado hoy día en todo el mundo, sino también de otras como el folclore que rodea al día de Muertos de México, recreado por Disney de una manera tan bella y emotiva en la película 'Coco'.

Tengo un amigo, Carlos Hernández, profesor de la Universidad Pontificia Comillas, que ha hecho su tesis doctoral sobre ritos funerarios de distintos lugares de España, entre ellos la romería de los ataúdes de Santa Marta de Ribarteme, en Pontevedra, en la que se recrea la muerte precisamente para celebrar la vida. Su trabajo es un precioso ejercicio de recuperar tradiciones que han estado con nosotros desde hace siglos y que, lamentablemente, estamos empezando a perder. Como el propio día de Todos los Santos.

Publicidad

Hablando hace no mucho con él, le comenté el caso del pueblo de mi abuela, en la provincia de Burgos, que es el único (que yo conozca) en el que el cementerio no tiene ni una sola lápida, ni un solo nicho, ni una sola flor. Tan solo la tierra. Hubo una vez que unas hijas decidieron ponerle una cruz a su padre y aquello al pueblo no le sentó nada bien. «¡A buenas horas! ¡Ya se podían haber acordado más de él cuando estaba vivo!», decían a la salida del entierro. Recuerdo haber visto esa cruz. Y también que un buen día desapareció.

Y hablando de muertos, están también las leyendas urbanas. ¿Alguien ha visto alguna vez en España la tumba de un chino? Más de una vez le oí a mi padre hacerse esa pregunta (no tenía mucha simpatía por los chinos, no me digáis por qué). El caso es que cuando él murió, fuimos al cementerio a recoger sus cenizas. Al llegar al columbario donde habrían de reposar, me fijé en sus vecinos. Y, a su derecha, ahí estaba Yuan Chan (o algo así). «Manda narices», pensé. Pero en algo tenía razón mi pobre padre. La siguiente vez que fui a visitarle, el bueno de Yuan Chan ya no estaba. Supongo que sus familiares se lo llevarían a China. Su lugar lo ocupaba un varón con ilustres apellidos castellanos.

Publicidad

Por cierto, papá, ayer me acordé mucho de ti. Un beso enorme allá donde estés.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad