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Me permito recomendarles que visiten la exposición 'Casas y calles' en el Ayuntamiento de Logroño, producida por la Casa de la Imagen. Es un precioso recorrido que muestra cómo ha ido evolucionando la historia urbanística y arquitectónica de nuestra ciudad. Tras verla, cada cual sacará ... sus propias conclusiones, pero les avanzo ya cuál ha sido la mía: un sentimiento de profunda tristeza. Tristeza por apreciar la ciudad que un día fue y que, lamentablemente, ya nunca será, porque una buena parte de ella se ha perdido para siempre.
En Logroño y, en general, en toda La Rioja, no hemos sido muy amigos de preservar nuestro pasado. Todo lo contrario a comunidades limítrofes, que han sabido cuidar en mucha mayor medida su patrimonio histórico. Es verdad que nuestra capital nunca ha sido una ciudad especialmente monumental, pero lo poco que teníamos no lo hemos sabido (o querido) proteger. Y es que, en nuestro caso, hemos dado a la piqueta mucho más trabajo del que debería haber tenido.
Aquí lo antiguo nos ha parecido siempre viejo. Y, por tanto, prescindible. Y ese es el destino que ha corrido el antiguo Logroño, esa ciudad que perdió primero sus murallas, que asoló su casco histórico tras años de abandono, y que ha acabado por condenar cualquier edificación con más de cien años de vida. Aquí nos han sobrado la plaza de toros, la estación del tren, la casa de las tetas, la gran mayoría de los caserones y palacios de las calles Mayor, Barriocepo y Rúa Vieja, el conjunto de viviendas porticadas de Rodríguez Paterna, los edificios balconados del siglo XIX y principios del XX que rodeaban el Espolón... Elementos que en otras muchas ciudades han sido protegidos y han tenido una segunda vida.
El nuevo Logroño se ha transformado con los años en una ciudad agradable, con zonas verdes y un urbanismo que favorece una gran calidad de vida. Pero siempre mirando al sur de Portales. Lo que había entre esta calle y el Ebro, precisamente lo que más valor histórico tenía, molestaba. Y, por eso, lo condenamos a la marginación. Un lugar en el que el comercio no podía prosperar y en el que tampoco se podía vivir. Y como el casco antiguo nunca ha dado votos, los políticos de uno y otro signo han preferido mirar a otro lado.
¿No se ha hecho nada bien? Por supuesto que sí. Ha habido buenos ejemplos de recuperación y preservación de nuestro patrimonio. Pero no es entendible que, aún hoy en día, muchas zonas del casco antiguo sigan supurando por las heridas, con edificios en ruina y multiplicación de solares vacíos, cuando lo normal en otras ciudades es que sus centros históricos aparezcan hoy relucientes. Porque no nos olvidemos. Cuando los turistas visitan nuestra ciudad, o cuando miles de peregrinos la cruzan diariamente en camino hacia Santiago, no se paran a ver el «nuevo» Logroño. Recorren el casco antiguo. Y la impresión que se llevan, en la mayor parte de los casos, no es muy halagüeña.
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