Secciones
Servicios
Destacamos
Tenía la intención de hablarles hoy de la vuelta al cole y de esa mezcla de sensaciones que provoca esta fecha entre alumnos y padres. De la tristeza de ver terminadas las vacaciones a la alegría que proporcionan los reencuentros. De la melancolía al pensar ... en el largo otoño por delante a esa cierta sensación de estabilidad y sosiego por volver a la ordenada rutina.
Pero cuando empezaba a escribir esta columna, he conocido la muerte de María Teresa Campos. Y reconozco que la noticia me ha impactado más de lo que hubiera pensado. No es porque la conociera, que no tuve el placer, aunque en mi época de jefe de prensa sí coincidí con ella en varias ocasiones cuando acudí con mis jefes a alguna entrevista en sus programas.
He visto varios especiales que han emitido de ella estos días en las televisiones, contando su trayectoria y resaltando su importantísimo papel en la historia reciente de la comunicación española. Han hablado sus compañeros, el tanatorio se ha llenado de visitas y se han multiplicado las muestras de condolencia y cariño en las redes sociales. Para todos, era la más grande, un referente, una luchadora, una pionera...
Y, sin quererlo, me ha venido a la cabeza una frase que pronunció Alfredo Pérez Rubalcaba cuando se despidió de la política, esa que decía que «en España sabemos enterrar muy bien». Y cuánta razón tenía. Porque a María Teresa Campos la hemos enterrado de maravilla, pero la sociedad española ha sido muy ingrata con ella. Es verdad que, en años recientes, había sido protagonista de algunas polémicas que no beneficiaron en nada su imagen. Pero también lo es que, siendo la más grande, un referente, una luchadora y una pionera, se le trató muy mal en su última etapa. Fue carne de escarnio, de mofa, de burlas. No se le rindió nunca el homenaje en vida que hubiera merecido y se le apartó de la televisión como se aparta a los muebles viejos. Y de esa ingratitud, que sin duda horadó su salud, ahora parece que no queremos acordarnos.
Pero la pena es que su caso no es el único. Cuántos grandes artistas o personajes de relevancia en otros ámbitos han muerto en nuestro país habiendo sido olvidados, sin un reconocimiento a su figura, siendo más recordados fuera que aquí. Cuántos han vivido sus últimos años sin una llamada, sin una visita, en la más absoluta soledad e indiferencia. No hace falta que ponga nombres, a todos se nos pueden venir muchos ejemplos a la cabeza.
Decía Ortega y Gasset que «el defecto más grave en el hombre es la ingratitud». Y esa ingratitud, cuando se vuelve social, es aún más perversa. Porque la crítica, el menosprecio o el olvido se han convertido en triste seña de identidad, algo que vemos día a día en las redes sociales. Allá donde esté, seguro que a María Teresa Campos le ha agradado escuchar todo lo que se ha dicho de ella estos días. Pero seguro también que se habrá lamentado, con mucho pesar, de no haberlo podido disfrutar en vida.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.