Las elecciones europeas del pasado domingo dan para hacer muchas lecturas. La primera, en clave nacional, es que no todos están tan contentos como intentan aparentar. El PP ha cosechado un buen resultado, pero esperaba quizá una victoria aún más contundente con la que dar ... por finiquitada la legislatura. El PSOE, activando de nuevo el victimismo y el miedo a la ultraderecha, confiaba en una remontada que al final no ha llegado. Vox, Sumar y los nacionalistas no han cumplido sus expectativas y han visto cómo otros les han arrebatado sus votos. En el caso concreto de Sumar, además, se avecina terremoto interno tras la salida de Yolanda Díaz. Así las cosas, los únicos que están verdaderamente contentos son Podemos y el ultra Alvise, auténtica sorpresa de estas elecciones.

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Es una pena que la campaña se haya centrado más en asuntos nacionales que en temas europeos, que era sobre lo que debíamos pronunciarnos. Doña Milagros, mi vecina del quinto, que tiene 90 años, salía el domingo de casa convencida de que las votaciones eran para elegir al presidente del gobierno. Me costó un rato explicarle que no y, al final, no sé si la convencí. Muchos españoles, diría que la gran mayoría, votaron el domingo como ella, pensando más en La Moncloa que en Estrasburgo.

Y es una pena, digo, porque la Unión Europea es lo suficientemente importante como para que nos la tomemos más en serio. Gran parte de la legislación que afecta a nuestro día a día se aprueba en las instituciones comunitarias y en un momento a nivel internacional tan convulso como el que estamos viviendo, necesitamos más que nunca una Europa fuerte y, sobre todo, una Europa unida.

¿Y qué Europa sale de estos comicios? Los populares europeos, liderados por Ursula von der Leyen, revalidan su victoria. Se espera, por tanto, cierta continuidad. Pero preocupa, y mucho, el tremendo ascenso de partidos populistas y ultras que se ha producido en casi todos los países, especialmente en Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Bélgica o Austria. No es una sorpresa, porque esta tendencia se viene observando desde hace años.

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¿Qué tienen en común estas formaciones? Además de un ultranacionalismo contrario a ceder soberanía a la Unión Europea, el asunto que más están explotando es la inmigración. Y no podemos cerrar los ojos ante esta realidad, que encierra un debate ciertamente contradictorio. Por un lado, es incontestable que, en una Europa sin niños, necesitamos inmigrantes para sostener el mercado laboral. Y también lo es que asistimos diariamente a un auténtico drama humanitario ante el que no deberíamos permanecer impasibles. Pero, por otro, la percepción de una parte de la población cada vez más grande en muchos países, como Francia sin ir más lejos, es que la llegada de extranjeros está descontrolada y que esto supone una amenaza para nuestros valores y nuestras normas de convivencia. Europa tiene que afrontar este asunto porque si no, la desafección ciudadana irá a más y el apoyo a estos partidos ultras también.

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