Secciones
Servicios
Destacamos
Gabriela acaba de cumplir 109 años. Vive en una residencia y, a pesar de sus achaques, conserva una memoria envidiable. Le gusta leer la prensa y es adicta a la radio, que ha sido la banda sonora de su vida. En su habitación, sentada en ... su silla de ruedas, maneja el transistor con un pequeño mando a distancia para ir cambiando de emisora, porque le gusta picotear opiniones de aquí y de allá.
Suelo ir a verla de vez en cuando, la última esta semana. Al llegar, la pillé como siempre enganchada a las ondas. Sesión de investidura, protestas en la calle y versiones irreconciliables. Era inevitable que acabáramos hablando de política. Ella, que ha vivido república, guerra civil, franquismo y estas décadas de democracia, no pudo ocultarme que estaba preocupada. Y lo decía con la generosidad de quien, sabiéndose ya en tiempo de descuento, no piensa tanto en ella misma como en los que venimos detrás.
«Desde la República no había visto un ambiente tan crispado. Y ya sabemos cómo acabó aquello. Parece mentira que no hayamos aprendido», me dijo. Intenté tranquilizarla, diciendo que somos un país civilizado, que estamos en la Unión Europea y que no llegaremos a eso. Pero ella me respondió que tampoco entonces nadie pensaba que se podía declarar una guerra. «Vivíamos muy bien, reíamos y celebrábamos. Pero el odio nos envenenó, nos pusimos unos contra otros, no fuimos capaces de entendernos. Empezaron las peleas en la calle y, al final, acabamos matándonos».
Gabriela me pidió que le alcanzara un libro que tenía en la estantería. Era una biografía de Azaña y tenía una página señalada. En ella, el Azaña del pasado, sobrepasado por los horrores de la guerra, nos hablaba a los españoles de hoy: «Cuando la antorcha pase a otras generaciones, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección».
¿Escuchamos? España está hoy más dividida que nunca. Los separatismos nos están llevando de nuevo a una situación irrespirable. Las posturas extremas, alentadas desde medios y redes sociales, lo contaminan todo, arrastrando a los partidos mayoritarios a abandonar la moderación. No se atisba la más mínima posibilidad de entendimiento entre unos y otros. La bronca ha pasado de las tribunas del Congreso a la calle y hablar de política con familiares o amigos puede provocar un disgusto.
En los últimos años, hemos pasado más tiempo hablando de la Guerra Civil que de la Transición. Es decir, más del enfrentamiento que de la concordia. Los que hoy están en uno u otro bando, al leer esto, dirán de inmediato que la culpa la tienen los otros. Y esto es precisamente lo que nos está volviendo a envenenar. Porque estas son, otra vez, las dos Españas, las que nos abocaron al abismo y las que, de manera estúpida, nos empeñamos en mantener vivas.
«Me duele España», decía Unamuno. «Me duele España», repite Gabriela.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.