Paco Martínez Soria siempre vuelve a televisión por Navidad. Es como Charlton Heston en Semana Santa con la mítica 'Ben-Hur', película que, a pesar de que nos la sabemos casi de memoria, sigue arrasando en audiencia cada vez que la reponen. Lo mismo ocurrió ... este sábado en La 1 con 'Se armó el belén', una cinta de 1970 que narra la historia de un cura chapado a la antigua de una barriada obrera de Madrid que, en aras de modernizarse para atraer más fieles a su parroquia, tiene la idea de organizar un belén viviente.

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Pocos podían sospechar cuando se estrenó esta película que, cincuenta años después, la Iglesia católica iba a seguir sumida en el debate acerca de su adaptación a los nuevos tiempos y que los belenes, una de las manifestaciones más clásicas de la Navidad, estuvieran en decadencia.

Hace dos años, el CIS preguntó por cuáles eran las tradiciones más seguidas por los españoles en estas fechas. La primera, como no podía ser menos, era la de hacer regalos (cosa que realiza el 90% de la población). Venía después la lotería (el 80%) y poner el árbol (el 78%). Sin embargo, según este mismo sondeo, el hábito de montar un belén iba descendiendo año tras año y, en esa fecha, tan solo el 52% de los hogares seguía poniéndolo.

Más allá de su significación religiosa, el nacimiento es también una manifestación cultural. Se dice que el primero lo puso san Francisco de Asís en la localidad italiana de Greccio en la Nochebuena de 1223, una tradición que con el tiempo se extendió a otros lugares. En España, la introdujo Carlos III a finales del siglo XVIII. Gran amante de la cultura italiana, el rey comenzó a montar belenes napolitanos en sus palacios y la costumbre se fue propagando, primero entre los nobles y, después, entre el pueblo llano. Ya para mediados del siglo XIX, la práctica totalidad de los hogares españoles adornaban su casa con un belén durante estas fiestas.

Precisamente por razones históricas y culturales, y con independencia de las creencias de cada uno, es una pena que estemos perdiendo esta tradición. Como también lo es que cada vez esté más de moda ridiculizar o faltar al respeto a lo que significa para los católicos. Uno es libre de poner o no poner nacimiento en su casa. Incluso puedo entender que haya organismos oficiales que decidan no instalarlo en virtud de la naturaleza aconfesional de nuestro Estado. Pero lo mínimo que se debe pedir es que se respete a quien decida hacerlo y que no se haga del belén, o de otras tradiciones religiosas, una especie de circo para mofarse de ellas.

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Para mí, el belén es lo primero que veo cuando vuelvo a Logroño en Navidades y entro en casa de mi madre. Es también el recuerdo del que ponían mis abuelos en el pueblo, con esas figuritas de barro que tanto me gustaban cuando era pequeño. Y, cómo no, es la ilusión de mis hijos cuando empieza diciembre y ya quieren decorar toda la casa. En definitiva, es añoranza de tiempos pasados y alegría por la celebración de cada nueva Navidad. Y que dure muchos años.

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