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El 3 de marzo de 1996 se celebraron en España elecciones generales. El gobierno socialista de Felipe González agonizaba por la corrupción y la crisis, y todos los sondeos daban mayoría absoluta al Partido Popular. Fue una campaña muy dura, en la que el PSOE ... apeló como nunca al voto del miedo para frenar la llegada de los conservadores a la Moncloa. Y, en parte, lo consiguió, porque esa gran mayoría anunciada por las encuestas se redujo a una diferencia de tan solo 300.000 votos y 15 escaños. Aznar acabó necesitando para gobernar a los nacionalistas de PNV y CIU, a los que tanto había criticado durante la legislatura. Y esa noche se acuñó aquello de la «amarga victoria» del PP.
La noche del pasado 23 de julio fue de nuevo amarga para los populares. A pesar de la victoria, la posibilidad de gobernar se antojaba casi imposible. Cuando Alberto Núñez Feijóo salió al balcón de Génova a «celebrar» los resultados, ya era plenamente consciente de ello. Y lo mismo debieron pensar quienes le acompañaban esa noche en el balcón, por mucho que rieran, se abrazaran o aplaudieran, dando una sensación de euforia impostada.
Feijóo podía haber declinado presentarse a la investidura, como Rajoy en 2016. Pero decidió seguir adelante. Es decir, ir a la investidura sabiendo que no iba a ser investido. Su única esperanza, más allá de afianzar el apoyo de VOX, UPN y Coalición Canaria (que ni siquiera tiene tampoco asegurado), era convencer al PNV, antiguo socio que hoy les da la espalda porque necesita a los socialistas para seguir gobernando en el País Vasco.
En medio de este panorama, Feijóo estará rematando estos días el discurso que dará en la sesión de investidura. Difícil tarea. ¿Volverá a apelar a que es el partido con más votos para que el PSOE le deje gobernar? Seguro que lo menciona, pero alguien le puede recordar que el propio PP ha gobernado y gobierna autonomías y ayuntamientos sin ser la lista más votada.
¿Desgranará un programa de gobierno para los próximos cuatro años, que es lo que suele ser normal en este tipo de intervenciones? Parece poco probable. Antes al contrario, lo previsible es que Feijóo se lance a una dura crítica contra Sánchez por su pacto con los independentistas y su supuesta claudicación con la amnistía. Será un poco el mundo al revés, porque este es el debate de su investidura, no la de Sánchez, que llegará en noviembre. Pero es su única baza en este momento para seguir generando un ambiente de rechazo social a las intenciones de Sánchez, buscando que este se vea abocado finalmente a no llevarlas a cabo. Esta presión funcionó en 2016, cuando el PSOE facilitó la investidura de Rajoy para no ir a unas terceras elecciones. ¿Podría ocurrir ahora lo mismo? Poco probable, porque todo indica que Sánchez tiene bastante atada su investidura y que se siente con las fuerzas suficientes y el respaldo interno necesario para conseguirlo.
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