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Hace unas semanas que tomaron posesión los alcaldes y alcaldesas de los 8.131 municipios que tiene nuestro país. En La Rioja contamos con 174, un número alto si tenemos en cuenta que, siendo la comunidad con menos población, hay aquí más municipios que en ... otras cinco: Cantabria (102), Canarias (88), Asturias (78), Baleares (67) y Murcia (45). Del total de ciudades y pueblos que hay en España, el 61% tiene menos de 1.000 habitantes, una proporción que sube hasta el 83% en el caso de La Rioja. Nuestra región es así una de las que más pueblos tiene en relación a su población.
Los que me conocen me habrán oído decir alguna vez que me encantaría ser alcalde de mi pueblo. No veo algo más bonito que encargarte del bienestar de tus vecinos, de que todo funcione, que haya empleo, que se cuiden los monumentos y plazas, que la gente se encuentre a gusto con todos los servicios que necesita para su día a día. Estoy seguro de que todos los alcaldes de España tienen este objetivo y que la inmensa mayoría de ellos lo dan todo para conseguirlo. En los pueblos pequeños, además, con un condicionante añadido, y es que su actividad no está remunerada, teniendo que compatibilizarla con su trabajo, lo que echa para atrás a muchos posibles interesados.
Porque ser alcalde rural no está pagado (y nunca mejor dicho). Para ellos, no valen los horarios de ventanilla o de atención al público, como en los municipios grandes. El alcalde es abordado cualquier día, a cualquier hora, para cualquier cosa, sea o no de su competencia. Por la calle, llamándole al móvil o presentándose directamente en su casa. Para sus vecinos, deben ser una especie de superhombres o supermujeres que lo arreglen todo y, cuanto más rápido, mejor.
Y esto choca a veces con la farragosa burocracia de las administraciones más grandes de las que dependen para muchas de esas gestiones. Una burocracia que les exige en ocasiones unos conocimientos técnicos que no tienen y una dilación de plazos que sus vecinos no entienden. Sería bueno que los gobiernos fueran más sensibles a estas necesidades, porque el papel de los alcaldes es vital para garantizar la atención más cercana a los ciudadanos, tal como consagra la Constitución.
Quizá por todo ello, en los últimos años se repiten noticias acerca de municipios en los que nadie quiere presentarse a alcalde. Y no es solo porque esta función no esté remunerada o porque conlleve un gran sacrificio personal y una gran dedicación. En muchos de estos pueblos el problema principal es la despoblación, es decir, el que haya cada vez menos vecinos jóvenes o de mediana edad con ganas de dar el paso. Es el drama de muchos municipios de España, que se están convirtiendo poco a poco en geriátricos. Y este problema va a ir a más, mientras los gobiernos no tomen medidas efectivas para combatir dicha despoblación. Ante esto, solo nos cabe desear que nunca nos falten los alcaldes de los pueblos, porque esto significará que nuestros pueblos siguen vivos.
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