Las células cancerígenas tienen el espíritu despiadadamente competitivo del neoultraliberalismo economicista. Devoran a las demás para crecer ellas con ansias de una inmortalidad individualizada. Engordan matando. Eso mismo hacen los bulos y patrañas de la tóxica propaganda desinformativa que pretende sepultar las evidencias y los ... hechos con mentiras muy sensacionalistas e impactantes. La desinformación es un cáncer social que corroe nuestra confianza ciudadana y al mismo tiempo impone supersticiones absurdas como dogmáticos e indiscutibles credos religiosos. ¿Cuál es la terapia que se precisa para evitar el óbito del sistema democrático? Toca desmentir los embates de una dañina propaganda cuya expansión es tan veloz como eficaz y pretende sustituir el mundo real por uno ficticio que permita una manipulación colectiva con sus añagazas.
Se ha estrenado la película 'El ministro de propaganda'. Este filme versa sobre Joseph Goebbels, cuyo ministerio se llamaba en realidad de la ilustración del pueblo y propaganda. El propio rótulo mancillaba dos nobles términos como los de ilustración y ciudadanía. No se trataba de ilustrar a la gente para que pensara por cuenta propia y tuviera criterio propio, como pretendió hacer el movimiento ilustrado. Su titular se proponía justamente todo lo contrario, arengar y engatusar a las masas para que siguieran ciegamente los dictados de un líder cuya palabra se presentaba como una verdad revelada.
En esta cinta cinematográfica se van introduciendo imágenes reales de archivo y una labor de documentación hace que los diálogos respondan a fuentes fidedignas, todo lo cual hace que la historia narrada resulte aún más impactante. Justo al principio el personaje de Goebbels define la propaganda como un arte sublime, similar al de la pintura. Lo que cuenta no es retratar la realidad, sino presentarla del modo más útil intensificando el papel de las emociones. Todo un axioma para sus herederos.
Goebbels acertó a emplear todos los medios técnicos de los que disponía en su época. Controlaba la prensa, que siguió editando hasta el último día durante la batalla de Berlín. Supo hacer entrar la voz de Hitler y la suya propia en los hogares alemanes mediante unas radios prácticamente regaladas a tal efecto. Pero también tomó las riendas de una potente industria cinematográfica, supervisando qué debían ver los alemanes en favor de la causa, para comulgar con el ideario nazi. Rentabilizó los Juegos Olímpicos de Berlín y a última hora ordenó rodar una cinta épica para hacer creer que podía revertirse una derrota inexorable. Resulta escalofriante imaginar qué habría podido hacer disponiendo de la inteligencia artificial.
Con las nuevas tecnologías en materia de comunicación los nazis no habrían precisado del arma milagrosa con la que soñaba Hitler. Para dar un vuelco a la guerra, les habría bastado con la magia de quien pasa por ser el demagogo por antonomasia. Habría reescrito la historia, haciendo ganar a Napoleón la batalla de Waterloo, y habría confundido a los espías mejor acreditados con sus embustes.
El problema es que, al revisitar este capítulo de la historia, se tiene la sensación de vivir ahora mismo algo muy parecido. Estamos descubriendo que las pantallas resultan adictivas e internet sirve para vehicular una tóxica desinformación que deforma la realidad, haciendo pasar por héroes a los villanos e imponiendo que uno deba probar su inocencia frente a los infundios.
Goebbels ya mostró que lo que cuenta es presentar la realidad del modo más útil intensificando el papel de las emociones
Nuestro modelo social se ve gravemente amenazado por una economía deshumanizada y el negacionismo de problemas tan gruesos como la emergencia climática o las desigualdades. Mientras los magnates aburridos ganan elecciones y ciertas corrientes religiosas contaminan la política con sus dogmas desplazados, la industria del entretenimiento nos tiene muy distraídos. Nos endeudamos para hacer turismo de masas y convertir sitios idílicos en parques temáticos, aceptamos un mercado laboral semiesclavista que no sirve para cubrir necesidades tan básicas como la vivienda o emanciparse. Aceptamos que se privaticen cosas tan elementales como la sanidad o la educación. Como si a nuestra vida cotidiana no le afectaran tales cosas.
¿Aprueba el pueblo ruso la invasión de Ucrania y la alianza de Putin con Corea del Norte? ¿Sancionan los ciudadanos de Israel que su ejército colonice las tierras vecinas masacrando a la población civil? ¿Cómo es posible que no adopten medidas más eficaces contra esas espeluznantes violaciones del Derecho internacional y los derechos humanos?
A Goebbels las crisis le fueron haciendo crecer en el entorno de Hitler. Rentabilizó el desastre de Stalingrado para decretar una guerra total a vida o muerte y obtuvo poderes plenipotenciarios para proseguir la contienda bélica después del frustrado atentado contra el 'führer'. Durante un día sucedió a Hitler como canciller, antes de asesinar a sus propios hijos y suicidarse con su mujer. Esta figura ilustra lo que puede hacer el fanatismo llevado hasta sus últimas consecuencias.
Trump va a volver a la Casa Blanca porque Steve Bannon le dio las claves para lograr algo inimaginable. Putin controla como nadie los medios cibernéticos en lo que se ha dado en llamar 'guerra híbrida'. Salvando las distancias, Miguel Ángel Rodríguez se lleva por delante a quien haga falta con sus artimañas. Emmanuel Macron ha visto caer a su primer ministro Barnier por haberlo impuesto y Alemania tiene convocadas unas elecciones generales un 23-F. Qué poco aprendemos de las lecciones que nos da la historia.