Convivir –del latín cum vivere – es «vivir en compañía de otro u otros», lo cual hace referencia a algo constitutivo de nuestra propia naturaleza: los seres humanos somos, per se, sociales. Al nacer somos los animales más desvalidos y los que más tiempo necesitamos para ... desarrollarnos, madurar y emanciparnos; y, además, somos los animales que más dependemos de un grupo de iguales.
Necesitamos un entorno familiar en el que sentirnos queridos y valorados incondicionalmente; tener satisfechas nuestras necesidades de seguridad, nutrición, protección y cuidado; que se nos ofrezcan oportunidades para llorar, manchar pañales, caernos o equivocarnos una y otra vez y tener, una vez más, una sonrisa, una mirada de afecto y otra oportunidad.
Necesitamos niños de la misma edad con los que aprender a descubrir que somos únicos e irrepetibles y, desde nuestra singularidad, aprender los hábitos, costumbres y valores de la sociedad; los conocimientos y estrategias que nos permitan desarrollarnos a nivel personal, intelectual, social y emocional para labrarnos un futuro; y las normas de esa sociedad que está más allá de los muros de la escuela.
Necesitamos personas significativas a las que llamamos amigos –esos que, como canta Nico Montero, «se cuentan con los dedos de una mano, nunca me piden algo a cambio, saben de todas mis heridas, de cada caída, de cada batalla que di por perdida...»–, líderes o modelos a los que imitar o seguir.
Necesitamos referentes de autoridad que nos ayuden a dar el paso de la heteronomía –el cumplimiento de las normas porque vienen impuestas desde fuera, porque buscamos un premio o tememos un castigo–, a la autonomía, al cumplir con las normas –también las que nos ponemos nosotros mismos–, porque defienden un valor y son una forma de respetar al otro y de respetarnos a nosotros mismos; porque nos hacen ser mejor persona.
La palabra «convivencia» tiene una segunda acepción: coexistir en armonía. Decimos, por ejemplo, que en Logroño conviven culturas diferentes, dando a entender que esta convivencia supone el respeto de la singularidad de cada una de ellas. La convivencia mal entendida se torna en tolerancia –del latín tolerare, soportar, aguantar– y, por la paz en casa, hay que tolerar, soportar, aguantar...
Los centros educativos son esos lugares mágicos en los que cada princesa y cada príncipe, con los privilegios que tienen en su casa, se encuentran que, respetando su singularidad, se les trata a todos igual. El descubrimiento de que en el aula no hay ni príncipes ni princesas; y que más allá de pucheros, llantos o pataletas, todos son iguales y las normas se cumplen, acompaña al alumno en todo el sistema educativo. Convivir es más que coexistir.
Son las maestras y maestros los que, día a día, enseñan con su forma de hacer, que las normas se cumplen porque tienen un valor: dan seguridad, marcan la línea de los límites, de lo que se puede hacer, exigir o denunciar y, por ende, dan herramientas para que cada cual ponga límites, tenga claro hasta dónde puede llegar en su relación con los otros, defienda y exija un trato digno y pida amparo cuando sus derechos se vean vulnerados.
Es el profesorado el que, para el ejercicio de su trabajo, necesita ser reconocido como figura de autoridad por el alumnado, por las familias y por la sociedad. Necesitan que los riojanos –a través del decreto de convivencia que ahora se anuncia–, digamos que son autoridad; que las actuaciones que tienen en materia de disciplina y convivencia, las hacen en nombre nuestro, cumpliendo con la misión que se les ha encomendado.
Queremos educadores que se dediquen a lo que tienen que hacer: educar. Ellos son malabaristas que bregan a diario con libros, contenidos, manuales, procedimientos o evaluaciones cargadas de ítems que hay que clicar en plataformas educativas... Son artistas que ponen su creatividad al servicio del alumnado para llenar de luz, color, brillo e ilusión aprendizajes que requieren tiempo, paciencia, reposo... Son enfermeras, médicos o terapeutas; y muchas veces cómplices que saben que la educación es cosa del corazón, que no basta con decir que te preocupas por ellos y que los quieres; o que en cada intervención estás al cien por cien, o que lo haces todo pensando en ellos. El alumnado necesita sentir que se le quiere, y que las cosas no se hacen por ellos, sino con ellos.
Confiamos en que el nuevo decreto traiga mejoras sin olvidar que, para mejorar la educación y la convivencia hace falta, además, dotar al profesorado de recursos para que su trabajo sea más eficaz y eficiente.
Hacen falta personas formadas y de prestigio en la comunidad educativa que asuman las funciones de la coordinación de convivencia. Y profesionales con cualificación y mucha ilusión que ejerzan las funciones de tutoría. Hace falta que el decreto defina la cualificación requerida para que cada puesto esté ocupado por los mejores.
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