Rivera, la renuncia de un hiperlíder
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Sería perjudicial para la estabilidad política que la dimisión tras la debacle electoral de Ciudadanos derivara en una crisis internaAlbert Rivera renunció ayer a la presidencia de Ciudadanos, al escaño obtenido el domingo y al ejercicio activo de la política en un gesto a realzar por su inmediatez tras el escrutinio electoral y porque señala el camino que deben seguir los dirigentes políticos que ... asumen una gran carga de responsabilidad personal cuando no obtienen los objetivos previstos. Pero las palabras con las que explicó su decisión mostraban tal grado de emoción -comprensiva y natural- que acabaron por eludir las razones políticas de su dimisión. Como si la explicación de éstas tuviera que inferirse del paso dado, sin ninguna aclaración adicional respecto a la lectura que él y su ejecutiva hacían de la debacle sufrida la víspera, a la que no fue ajena la formación en La Rioja, tras una sucesión de volantazos y errores estratégicos que han ahuyentado a la gran mayoría de sus votantes y amenazan la supervivencia de una formación que hace apenas dos años aspiraba a La Moncloa. La identificación absoluta de Ciudadanos con el hiperliderazgo de Rivera hubiese requerido una gestión previa más consecuente con la naturaleza colectiva de un proyecto político. De manera que la eventualidad de una retirada tan precipitada tras un liderazgo omnipresente, en un partido que pasó por trances de seria crisis tras las elecciones del 28-A, diera a sus dirigentes y representantes públicos la oportunidad de asumir en las debidas condiciones las riendas de Ciudadanos y la gestión en su nombre de las instituciones que integra o en cuyo Gobierno participa. Porque no sería en absoluto positivo para la estabilidad política que a la dimisión de quien lo ha sido todo en ese partido y lo ha dirigido con una impronta muy personal le sucediera una crisis interna derivada de una mala metabolización de lo ocurrido el 10-N. Especialmente si ese eventual desconcierto o esas posibles discrepancias sobre el rumbo a tomar en materia de alianzas repercutiera en las comunidades autónomas y ayuntamientos controlados por el que hasta ayer era «el partido de Rivera». El PSOE intentará aprovechar la marcha del ya expresidente de Ciudadanos y un posible viraje de esta formación tras su derrumbe en las urnas para buscar su apoyo a alguna alternativa que permita el desbloqueo de las instituciones. Los resultados del 10-N conceden a Pedro Sánchez la responsabilidad de recabar los apoyos precisos para dotar al país de una mayoría que asegure su investidura y la gobernabilidad. No hay tiempo que perder a la hora de explorar fórmulas para articular una mayoría, sobre todo, debido a la parálisis que afecta a la administración de los intereses comunes.
MAYOR DILIGENCIA. Pero es de esperar que esta vez Sánchez proceda con más diligencia que tras el 28-A a la hora de fijar sus preferencias para la gestación del «Gobierno progresista» por el que abogó en la noche electoral y que corrija a conciencia los errores en que incurrió a la hora de negociar con los responsables de los demás partidos. Es necesario que renuncie a disociar la investidura de la gobernación posterior. Carece de sentido tratar de salvar la primera sin alcanzar un compromiso mínimo de cara a su acción ejecutiva que incluya, cuando menos, los Presupuestos para 2020. Es imprescindible que renuncie a hacer de las conversaciones a varias bandas una suerte de enredo político que acabe deteriorando las relaciones interpartidarias. Y es obligado que actúe con la máxima transparencia, de manera que sus interlocutores correspondan también al clima de confianza preciso. Pero, ante todo, Sánchez ha de ser consecuente con sus llamadas a «desbloquear» la gobernabilidad del país.
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