Desaparecen los videoclubs de las calles, cierran silenciosamente un día y dejan un hueco como esos rostros en las fotos de 'Regreso al Futuro' que se iban desdibujando hasta esfumarse del todo. Yo tengo mucho cariño a los videoclubs porque debajo de casa había uno ... y cuando éramos pequeños ahí alquilamos 'Los Gremlins', 'Cristal Oscuro', 'Los Bicivoladores' o aquella obra maestra que fue la saga de 'Herbie', un Volkswagen que hablaba. Esa fue la edad dorada y original, cuando eras socio con carnet y había que devolver las cintas rebobinadas. Años después mi amigo Jonathan trabajó muchos fines de semana en el 'drugstore' de Duques de Nájera y, como abría hasta muy tarde, solíamos empezar la ronda nocturna del sábado allí; echábamos el primer rato con él, charlábamos, repasábamos estrenos de DVD y comíamos bolsitas de 'risketos' y de patatas fritas que nos venían muy bien para la avalancha de cervezas de después. No hay que empalagarse de nostalgia porque no conduce a nada y, como cantaba Gardel, el mundo sigue andando aunque se extingan los videclubs, las cabinas telefónicas, los cajeros o los buzones postales. También va a terminar pasando con los kioskos de prensa y esto sí que me da pena, islitas maravillosas en las que cada mañana brota milagrosamente una selva exuberante de revistas y coleccionables bajo la que sobrevive algún náufrago que casi siempre quiere dejar de madrugar.
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El fin de los videoclubs expresa el momento decadente de una industria que ya no ocupa un espacio central en las vidas de la gente. Lo vimos con el cierre de las salas de cine y también con los Óscar o los Goya, liturgias cada vez más endogámicas y para consumo interno.
Que la oferta sea hoy abrumadora apenas significa nada porque se ha empobrecido la experiencia y eso es lo determinante. Uno pasa horas comiendo otra vez 'risketos' y zapeando por las plataformas para encontrar una serie o una película en lugar de ir al cine o curiosear por los pasillos del videoclub.
Será más cómodo pero, como ocurre en todas las facetas de la vida en las que se ha establecido el imperio digital, resulta un poco más triste, bastante más solitario y también menos emocionante.
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