Otros riojanos ilustres

La pandemia ha dejado también en La Rioja un abultado catálogo de víctimas al lado de una generosa ristra de héroes. En ambas bandos ha habido (sigue habiendo) categorías. En el de los fallecidos están los que se han ganado portadas y panegíricos junto a ... los que el coronavirus se ha llevado por delante desde el anonimato y el silencioso dolor de los suyos casi exclusivamente. En el otro lado conviven quienes han sido reconocidos desde el minuto uno con aquellos cuyo esfuerzo ha pasado inadvertido, cuando no directamente ignorado. Hasta ahora. En ese grupo de la heroicidad discreta se encuadran los coordinadores COVID de las aulas de la comunidad. Una gavilla de docentes que, de buenas a primeras, sin saber a ciencia cierta la dimensión del drama, pertrechados de voluntarismo y toneladas de incertidumbre, se convirtieron en los referentes de cada centro para lidiar con todo lo que estaba por venir. Que no fue poco ni mucho menos sencillo. Planes de contingencia, vaivenes de criterio, aulas vacías, padres desesperados, alumnos descolocados, educación a distancia. Contagios, hidrogeles, grupos burbuja, mascarillas, ventilación, bajas y miedo. Mucho miedo y más bajas. Sobre las espaldas de los coordinadores COVID recayó una responsabilidad sobrevenida que, con el paso del tiempo y las sucesivas oleadas fue eternizándose, ejerciendo como enlace con las consejería de Educación y Salud y guía para los muchos problemas y dudas que brotaban cada día en sus respectivos centros. Durante lo más crudo de la pandemia, las crónicas tendieron a ensalzar, y con razón, al personal sanitario, a las fuerzas de seguridad, a los trabajadores esenciales. La Rioja ha posado esta semana el foco también en esos coordinadores COVID, reconociendo retrospectivamente su labor con un sucinto tributo. No ha sido en Nájera, ni con el boato de los eventos de postín, ni con políticos hisopando solemnidad, pero el reconocimiento ha sido debido. También ellos son riojanos ilustres.