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Ella era amiga de sus amigos. A veces un poco celosa cuando no era el centro de atención, pero no se le podía tener en cuenta porque «menuda carita tiene».
Era sana, le encantaba salir a correr y nunca se saciaba con la comida. Con ... su cabello rizado color oro no dejaba a nadie indiferente al pasar a su lado.
Se llamaba Maya y era una riojana más. Disfrutaba de largos paseos por el parque del Ebro, de las fiestas de San Mateo y era tan valiente que, al contrario que muchos, no se asustaba con los fuegos artificiales.
Mantuvo alguna que otra disputa con otros de su edad, pero nada que no tuviera arreglo. Era la alegría de su hogar, repartiendo más amor y dulzura que nadie. Tenía una vida feliz, sana y plena rodeada de sus seres queridos.
Maya era muy astuta y sabía cómo apañárselas para conseguir lo que quería. Siempre estaba dispuesta a darlo todo por los demás de forma desinteresada y nunca pedía nada a cambio... salvo mimos. Ojalá todos fuésemos como ella.
Un día Maya salió, como de costumbre, a dar su paseo matinal. Sin merecerlo fue víctima de la parte más cruel de la sociedad. Ese día se la arrebataron a una familia, sin justificación alguna, algo que nadie podrá reemplazar jamás. De repente, como quien no quiere la cosa, su mejor amiga y apoyo se había ido.
Maya, una preciosa Golden Retriever de melena alborotada, tenía cuatro años cuando agonizó sus tres últimas horas de vida sin merecerlo. Fue una más de las muchas víctimas de envenenamiento de animales en Logroño. Nadie pudo hacer nada por ella, tampoco nadie pagó por tamaña vileza.
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