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RAFAEL FERNÁNDEZ ALDANA
Viernes, 15 de junio 2018, 23:54
El movimiento autonomista en La Rioja surgió a finales de los años 70 ante la necesidad de encontrar un lugar dentro de la nueva estructura territorial que se estaba creando a partir de la Constitución española de 1978, tras varias décadas de centralismo de la Dictadura. Nuestra región había vivido, como tantas otras provincias españolas del interior con escaso peso social y económico, el olvido y el abandono del poder central radicado en la capital, Madrid.
A esta desidia se unía en nuestro caso el agravio comparativo de situarse en la frontera con los regímenes forales de Álava y Navarra, y con los Polos de Desarrollo franquistas de las provincias vecinas en los años 60, que provocaban una competencia desleal a la hora de subirnos al tren del desarrollo industrial. Los polígonos industriales de Oyón y Viana son un ejemplo significativo de las desfavorables circunstancias en las que se encontraba la provincia de Logroño en aquella época.
Y ante el reto de la nueva organización territorial de la época preconstitucional, La Rioja se enfrentaba a diversas dificultades para definir su posición y plantearse su modelo de futuro, entre las que pueden destacarse las siguientes:
- La dificultad de su encaje en los territorios históricos más próximos como Castilla la Vieja, el País Vasco, Navarra y, en menor medida, Aragón. Todo ello a pesar de haber sido protagonista de tímidos intentos de búsqueda de su identidad histórica como en la Convención de Santa Coloma de 1812 o en el proyecto de Constitución Federal del Estado Riojano de 1883.
- El riesgo de caer en una nueva centralidad dentro de la nueva autonomía predeterminada en la que nos incluían, Castilla y León, agrandada la primera con la incorporación del antiguo reino de León, y cuya capital, Valladolid, nos era tan lejana como lo había sido Madrid.
- Su reducido tamaño y peso en el conjunto del país, que no sobrepasa el 1% del total nacional y, en consecuencia, las dudas derivadas de su viabilidad económica para constituirse en una entidad autónoma separada de la histórica «Castilla».
Fue en aquel momento en el que una parte de la sociedad civil riojana se planteó la necesidad de salir del «agujero provinciano» en el que habíamos caído y acercarnos al modelo tan próximo y conocido del otro lado del Ebro, las provincias forales de Álava y Navarra, con un mayor nivel de autogobierno materializado en un pujante desarrollo socioeconómico. Y, sorprendente, se consiguió ante el escepticismo general de la clase política española.
Es innegable el efecto beneficioso que la transformación de la provincia de Logroño en la Comunidad Autónoma de La Rioja ha tenido para nuestra región, con una presencia y un peso en el Estado español que en ningún caso hubiéramos alcanzado de haber sido una provincia más de Castilla- León. El hecho de ser una comunidad autónoma, además de posibilitarnos el acceso a unos recursos económicos más elevados, tanto nacionales como europeos, nos ha permitido gestionarlos de una manera más eficaz desde la cercanía que da un territorio tan abarcable. Y hoy contamos con una organización autonómica consolidada que, mayoritariamente, cuenta con un claro apoyo social.
Sin embargo, en los inicios del nuevo siglo XXI están apareciendo algunos nubarrones oscuros sobre nuestro futuro en un mundo global sujeto a intensos cambios sociales, económicos y ambientales ante los cuales es posible que nuestra pequeña región no esté suficientemente preparada. Nos enfrentamos a un nuevo escenario económico en donde se están produciendo transformaciones importantes con la aparición de grandes grupos empresariales y de inversión de carácter internacional con criterios de gestión supranacionales que han provocado la deslocalización de las grandes empresas de la región. Véase, a modo de ejemplo, Electrolux o Tabacalera. Y a continuación viene el hundimiento del tejido empresarial local asociado a estas grandes empresas y la incapacidad del gobierno regional para frenar esta sangría con sus limitadas competencias y recursos.
Es precisamente esa reducida dimensión territorial y humana, ese tamaño mínimo, el que quizás nos impide abordar, por falta de medios humanos y materiales, determinadas políticas que nos desbordan, especialmente en los campos de la sanidad, de la educación, de las infraestructuras, de la tecnología o de la investigación. Es posible que no alcancemos esa «masa crítica», ese tamaño mínimo necesario para poder competir en un mundo futuro que tiende inexorablemente hacia la concentración en grandes urbes y ciudades-región, mediante un proceso de despoblamiento que después de desertizar nuestros espacios rurales amenaza ahora a ciudades y regiones medias como La Rioja.
Quizás haya llegado la hora de plantearnos cómo superar las limitaciones de escala mediante la especialización y la cooperación con otras comunidades cercanas en el ámbito sanitario o educacional o tecnológico. Todo ello sumado a la mejora de las comunicaciones de la región para su integración en las redes de transporte estatal y europeo, especialmente en medios sostenibles de futuro como el ferrocarril.
Se trataría de superar las limitaciones de escala mediante la especialización y la cooperación con otras comunidades cercanas en los sectores agrario, industrial y turístico, sumados a los ámbitos de los servicios sanitarios, educacionales y sociales. Una apuesta por la investigación, el desarrollo y la innovación en un territorio que contara con una sustancial mejora de las actuales comunicaciones mediante su integración en las redes de transporte estatal y europeo, especialmente a través de medios sostenibles de futuro como el ferrocarril.
Si en el siglo pasado el futuro de La Rioja pasó por la autonomía de una región de pequeño tamaño con competencias y recursos propios, el nuevo siglo demanda superar este ámbito territorial mediante la integración y la colaboración en espacios más amplios para poder competir con los grandes centros económicos de este país. De lo contrario, acabaremos retrocediendo a tiempos pasados para volver a convertirnos en una provincia olvidada del interior de la península ibérica.
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