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Es inevitable que la espuma del 28A nos lleve al 26M. Es inevitable que unos y otros hagan sus cábalas, impresionados sin duda por las primeras elecciones que gana el PSOE en La Rioja después de 28 años. Todo un vuelco electoral, cierto, pero ¿es ... un vuelco sociológico? ¿Se ha vuelto el electorado riojano más de izquierdas de lo que era antes, y cabe por tanto esperar una nueva revolución en las autonómicas y municipales?
La respuesta, al menos según los números de los últimos tiempos, es un no. O no tan fácil. El domingo el PSOE consiguió una victoria histórica pero a la vez, aunque parezca una contradicción, el electorado riojano votó a la derecha mayoritariamente. Y no es nada nuevo, porque lleva siendo así durante la mayor parte de la democracia del 78.
Un análisis somero sobre cómo votó La Rioja en las últimas cinco elecciones generales lo deja claro: hay una bolsa de votantes (que ronda los 95.000) que elige consistentemente opciones de derecha, centroderecha o (en esta última convocatoria) ultraderecha. Es un número bastante estable, que marcó un mínimo de 93.104 en el 2008 (en pleno máximo del zapaterismo) y un máximo de 97.438 en la repetición electoral que en 2016 volvió a aupar a Rajoy.
Esa bolsa de 95.000 ronda siempre el 50% de los votos emitidos, porque la participación riojana también se ha mantenido bastante estable en la última década, entre 173.000 y 180.000 electores, con un pico de 189.000, de nuevo, aquel 2008.
Esa bolsa no ha desaparecido: sólo se ha dividido. En 2008 y 2011, todos esos votos fueron para el PP, que así consiguió, por ejemplo, seguir por encima del PSOE cuando peores vientos soplaban a nivel nacional (2008) y arrollar a sus rivales en 2011, cuando la crisis se llevó por delante al PSOE y le arrastró a sus mínimos históricos en La Rioja.
En la doble convocatoria 2015-2016, esos 95.000 votos siguieron ahí, pero ya divididos entre PP y Ciudadanos: 94.455 en 2015, 97.438 en 2016.
Y este domingo, esos 95.000 continuaban en el mismo lugar. Fueron en concreto 95.968 sufragios. Sólo que repartidos, por primera vez, entre tres formaciones: PP, Ciudadanos y Vox.
Con la división, la derecha riojana probó de una medicina que no conocía: los mal llamados votos «tirados». En 2015-16, los sufragios destinados a Ciudadanos se quedaron sin representación. El 28A pasó lo mismo con casi el 9% de las papeletas, las de Vox.
La izquierda riojana, mientras, no tiene algo parecido a ese núcleo irreductible de 95.000 votantes. La suya es una realidad mucho más fluctuante, más afectada por la abstención o la euforia, y siempre perseguida por la necesidad de saltar la barrera de la dispersión del voto.
Y, en cualquier caso, se trata de un bloque de votantes menor que el de derechas, fluctuante entre un mejor momento en 2008 (85.679 votos entre PSOE e IU) y un peor apenas tres años después, con 62.061 entre las mismas dos formaciones.
Este domingo, así, el bloque de izquierdas consiguió 78.274 , pero el de derechas lo superó claramente, con 95.968. La dispersión mató al bloque dominante en lo ideológico.
Haciendo el fútil (por tramposo) ejercicio de trasladar esos resultados a unas hipotéticas elecciones autonómicas, el PSOE obtendría 11 escaños, y Unidas Podemos 4. Una suma de 15 para el supuesto bloque de izquierdas.
Pero mientras, el PP tendría 9, 5 Ciudadanos y 3 Vox. 17. Suficiente, si se empleara así, para formar una mayoría de derechas. Conviene relativizar victorias y derrotas: no parece que La Rioja haya cambiado tanto.
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