Rioja Alavesa bueno, Rioja malo

Luego hablan los contertulios. Compran el argumento. Uno dice que sí, que eso es el futuro, pese a que algunos les pese. Otros asienten, aunque metan su morcilla política. Un anuncio, y a otro tema.

Si quieren que les diga cuál es mi principal preocupación tras todo este jaleo tan desgraciado de la semana, les diría que es precisamente esa. Cómo el cuento que algunos cuentan se va filtrando y alcanza a quienes no saben ni quién es Caperucita. Y se corre el riesgo de que acaben pensando que en realidad el bueno es el lobo.

Es un cuento viejo: lo que sale de Rioja Alavesa es lo más de lo más, el súmmum de la calidad, mientras el resto de Rioja básicamente es lo que venden buhoneros de granel y botellas a euro y medio.

Es una historia que no tiene ni media hostia en cuanto se la compara con los hechos, pero es una historia que vende bien. Porque en Rioja Alavesa hay, sí, grandísimos productores de excelsos vinos, nunca suficientemente bien valorados. Pero en el resto de Rioja también los hay. Y más.

Y en Rioja hay bodegas que apuestan por el gran consumo y el precio contenido, pero en Rioja Alavesa hay grandes productores del mismo perfil.

Y cuantas menos motos, mejor: las bodegas riojanoalavesas elaboraron el año pasado 66 millones de litros, pero solo 6 salieron con la etiqueta de la subzona Rioja Alavesa. Para eso, claro, tiene que ser vino de viñedos de esa zona. Saquen ustedes la conclusión.

Aquí el PNV pesca en aguas turbulentas porque, efectivamente, ese debate está abierto en Rioja, y las dos ideas de lo que debe ser la Denominación están ahí. Y no es una pelea fácil ni sin trampas.

Pero lo que pide el PNV no tiene nada que ver con eso: simplemente quiere extender un tentáculo a una de las pocas cosas que hay en el País Vasco que no controla. Porque, por mucho que se diga, el Rioja sigue estando sobre todo en manos de las bodegas, las cooperativas y los viticultores. Y eso es precisamente lo que al PNV no le gusta.

Hay que tener cuajo para reaccionar a un ataque al Rioja como lo hizo la presidenta Andreu a lo largo de la semana. O sea, para no reaccionar. Para pegar una patada a seguir como en el rugby y decir que si eso el lunes nos juntamos todos y lo vamos hablando. Y mientras, perfil bajo y firme el ademán.

Lo que estaba pasando por debajo era, ahora está claro, obvio. Desde Madrid le llegaba a Andreu el mensaje de que no levantara demasiado la perdiz, que todo estaba bajo control y que lo del PNV no iba a llegar a nada. Y que mejor que no la liara mucho, porque a los 'jeltzales' no les gustan los órdagos, no se fueran a poner chulos y entonces sí que la teníamos. El mismo mensaje, evidentemente, corría por el Consejo Regulador, extrañamente silente.

Hay que tener cuajo, digo. Porque es de esperar que a nuestra enóloga presidenta, con medio pie en el sector del vino siempre, le herviría la sangre como al que más, con un silencio que además se prestaba mucho a la crítica.

Ojo, sin embargo, a la estrategia del callarse. A veces funciona. Pero otras veces hay que gritar.

No estuvo el diputado socialista por La Rioja Juan Cuatrecasas muy afortunado el martes, cuando le dijo a un periodista de esta casa que su opinión personal no existía, y que se debía a lo que dijera su grupo. A uno le gustaría pensar que el señor diputado no decía lo que quería, sino lo que podía, y también le gustaría pensar que llegado el momento de aprobar lo del PNV, él y Raquel Pedraja se hubieran amotinado para votar lo que debían aunque les mandaran otra cosa.

De verdad que me gustaría pensarlo. Pero qué quieren que les diga: casi que prefiero no tener la oportunidad de comprobar qué hubieran votado.