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COMO REYES

Chucherías y quincalla ·

Teri Sáenz

Logroño

Domingo, 22 de septiembre 2019, 10:51

La realeza padece la obsesión de querer no ser observada como realeza. Vivir como reyes pero sentirse humanos. Sus miembros son incapaces de asimilar que ni su estatus ni sus privilegios son los del común de los mortales, así que en la pretensión de ser ... uno más de sus súbditos derrochan gestos que a veces rozan el patetismo. Como cualquier hijo, Felipe VI visita a su padre después de una operación. Baja del coche y se dirige con naturalidad a la clínica vestido de sport, saludando a las decenas de periodistas que esperan inmortalizar esa escena tan propia del proletariado. Su intención se evapora cuando olvida aparcar el automóvil y es uno de sus subalternos el que toma el volante y lo lleva al parking. También su mujer se prodiga en saludos y caricias en los papos de los niños que la aclaman desde las vallas en cada acto oficial. Todo es armonía y naturalidad hasta que la reina da un traspiés desde lo alto de sus tacones y abronca al escolta por no advertirle del bordillo que ha pisado. Iñaki Urdangarin, que fue humano antes de ingresar la realeza, también creyó que podría robar como otros lo hacían más allá del palacio. La sentencia por el caso Nóos no sólo le despertó de la inmunidad que creía disfrutar, sino que reconcilió (en parte) al resto de los humanos con una justicia que no miró sus galones sino sus fechorías. El mismo toque de atención que ahora da la Fiscalía al recurrir el permiso de Urdangarin para hacer un voluntariado que ni él mismo se cree y apesta a un lavado de imagen entre escoltas, cámaras de televisión, gestos impostados y presuntas declaraciones de los internos tan patéticas como «¡A este guapetón tan alto lo quiero yo para mí!». No. Nadie quiere a ladrones que se aprovechan de su rango.

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