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La intensidad de la segunda ola de la pandemia desborda las peores expectativas que para esta fecha se habían previsto en lo sanitario, pero también arrasa en lo social y deja el tejido económico de la región herido con pronóstico de máxima gravedad: después de ... los 500 casos activos del fin de semana se habla sin eufemismos de presión hospitalaria; un alto responsable sanitario califica sin ambages de «muy preocupante» la alta ocupación de la unidad de intensivos; los servicios municipales y las entidades sociales, la primera red de protección de los más vulnerables, ya casi no dan abasto; y el único freno a la situación impone unas medidas que exigen la restricción de movimiento y de concentración de las personas. En esta marejada perfecta, no es de extrañar que el goteo de cierres de empresas, comercios, hoteles, restaurantes o bares ya incapaces de resistir el embate del tsunami vaya camino de convertirse en un chorreo incontrolable. Es el terrible efecto mariposa de la responsabilidad y la irresponsabilidad personal. Resulta tan imprescindible habilitar ayudas públicas suficientes para evitar tantos cierres como lo es para cada uno atender recomendaciones tan simples como la mascarilla, el lavado de manos o quedarse en casa. Porque cada acción, por pequeña, tiene su consecuencia.
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