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El primer Gobierno central de coalición desde la Segunda República ha mostrado una extraordinaria capacidad de resistencia, que adquiere aún mayor valor por los riesgos que ha asumido para consolidar una mayoría parlamentaria y por las dificultades de una gestión condicionada primero por la mayor ... pandemia en un siglo y después por los efectos de la guerra en Ucrania. Las diferencias ideológicas entre el PSOE y Unidas Podemos y sus contrapuestas culturas políticas, visualizadas por ejemplo en las distintas maneras de entender el ejercicio del poder, han derivado en sonoros encontronazos en cuestiones de enorme calado. Unas brechas de una magnitud suficiente para hacer descarrilar cualquier Ejecutivo, pero taponadas hasta ahora por la coincidencia en que el mantenimiento de ese matrimonio constituye un bien superior que merece ser antepuesto a cualquier discrepancia, incluso a las que han tensionado al máximo las relaciones entre los socios.
La recta final de la legislatura pondrá a prueba ese criterio. Los intereses electorales pueden inducir a alguno de los aliados a deshacer el pacto en un intento de mejorar sus expectativas en las urnas. Una hipótesis poco probable hoy por hoy, arriesgada y con el inconveniente para ambos partidos de que, si dan los números, reeditar el pacto es su única alternativa tras las generales. Si un asunto puede desencadenar una crisis de tal dimensión es la polémica en torno a la ley del 'solo sí es sí', aunque Irene Montero haya descartado su dimisión y la ruptura si el PSOE lanza la proposición para enmendarla en solitario. Pedro Sánchez está decidido por fin a reformar el gran icono de Unidas Podemos, con o sin el beneplácito morado, ante la alarma social y el desgaste político por las masivas rebajas de penas a agresores sexuales. Es de suponer que al final se impondrá el sentido común y habrá acuerdo pese a la mezcla de soberbia y tozudez con que la ministra de Igualdad se ha resistido a retocar un texto con clamorosas lagunas jurídicas, cuyas consecuencias van en dirección opuesta al feminismo que abandera.
Dotar a la norma del rigor jurídico del que carece, preservando su esencia –el consentimiento–, no se antoja un trago más amargo que otros con los que ha transigido Podemos a cambio de seguir en el Gobierno, como el volantazo sobre el Sáhara en favor de las tesis de Marruecos o el aumento del gasto militar, frontalmente contrarios a sus postulados y que le han hecho ver las contradicciones a las que aboca el poder.
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