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Este domingo al mediodía escuchábamos el decreto del nuevo estado de alarma sanitaria como cortafuego de la segunda oleada pandémica. Nadie dudaba de ello, el otoño ha concretado la amenaza conocida y esta vez no solo Europa es su epicentro, sino que España está situada ... entre los países más afectados.
No consuela que la Europa central, que parecía haberse preservado del azote en primavera, se vea ahora bajo la circulación imparable del virus que se desplaza de un continente a otro. Las cifras de contagios y decesos crecen tanto que la OMS ha calificado la situación de preocupante; hay que contenerlo apoyándose en lo aprendido durante la primera oleada. Las medidas de contención han crecido, pero no se dispone aún de tratamiento específico eficaz contra él aunque el cuidado de los casos graves haya progresado, ni tampoco de la esperada vacuna que el presidente anunciaba adquirida y que se pondrá a disposición cuando sea posible. También hemos ido aprendiendo a regañadientes que la vida social es uno de los focos en los que galantemente se mueve el enemigo, propagándose. Pero ningún Estado ha logrado hasta ahora la fórmula ideal de contención.
Aún así, hay que avanzar. Tras priorizar deliberadamente en la primera oleada la salud a la economía, ahora se busca un equilibrio más sutil entre medidas sanitarias suficientemente eficaces y la necesidad de preservar en lo posible la actividad económica y educativa. El presidente proponía varios recursos: resistencia, disciplina social, unidad, o moral de victoria, aumentando el necesario apoyo económico; recursos que también esgrimen países como Francia. Sin duda todos serán necesarios porque la ciudadanía, el tejido socioeconómico, sanitario y educativo están dañados por el azote previo. Por ejemplo, una investigación del efecto del confinamiento realizada en Bélgica indica una pérdida de aprendizajes equivalente a 3 o 4 meses respecto a los estándares habituales; se estima que un 37% de empresas están en estado de pérdida y a finales de año puede alcanzar a la mitad, sin mencionar el estado del turismo o la sanidad pública. Frente a ello, quizás el término no sea el de resistencia sino el de resiliencia, que entraña no solo hacer frente a algo dañino sin dejarse vencer, sino afrontar flexiblemente una situación límite reestructurando nuestros recursos para salir fortalecidos. Afrontar la nueva oleada no es cuestión de resistencia, sino de resiliencia para hacerlo mejor y en armonía con los parámetros económicos y sanitarios europeos.
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