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ALMAZUELAS DE BARRO ·

Martes, 5 de mayo 2020, 08:37

Cuántas criaturitas han visto la luz en el momento justo –injusto– en el que en la casa cuartel tocaban fajina? Por un parto de nada, les han cubicado el habitáculo amniótico y les han desescalado de sus amables apariencias de renacuajos encapsulados, adorables alubiones recostados ... sobre sí mismos, a un rectángulo algo frío, algo cegador, algo recargado de carnes y textiles ajenos. Adiós su pataleo cremoso, su cuna mecida por el sonsonete de los líquidos amnióticos. Eso no se hace, y si ya la tierra prometida les resultaba sospechosa porque no termina de ser redonda, en el cubículo prismático VPO donde los han asilado, plagado de agujeros, unos oscuros, cegadores otros, sin redondeces, la esperanza es lo primero que han regurgitado. Enchufados a un master de succión opresiva de líquidos sobrados de lactosa, probióticos, descoloridos, escasos de las gelatinas de su patria madre, revolucionan sus laminillas vocales y exhiben su repertorio de claves de sol, does de pecho, quintos levanta y alborotos varios. Es su medio de comunicación sostenible. Insostenible. Con un código horario innegociable, digital, señal hambre, señal descompensación gástrica, señal despeñe diarreico, señal adorables risitas. Es el reloj despertador de los bultos movedizos, modelables, fantasmas extraamnióticos que abusan de sus tres kilitos y pico sin permiso, les zarandean, les impulsan hacia un arriba desconsideradamente recto, sin amarres; les babosean en la cera de su tímpano chirridos que desestabilizan sus planes de ocupación.

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