Sin relax con las vacunas
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La recuperación de una cierta normalidad social y de la economía exige agilizar al máximo la inmunización de la ciudadaníaEl inicio de la tercera ola –o un pico de una segunda prolongada en el tiempo–, con el vertiginoso aumento de los contagios en las últimas semanas y su consiguiente reflejo en los hospitales y en el número de fallecidos, recuerda que la lucha contra ... la pandemia no permite la menor relajación. La llegada de las primeras vacunas constituye un objetivo motivo para la esperanza, pero no una excusa para bajar la guardia. El no por esperado menos preocupante avance del virus tras la suavización de las limitaciones con motivo de las fiestas navideñas ha de ser revertido con la máxima urgencia. Una evolución que invita a que tanto las instituciones como la ciudadanía reflexionen sobre su comportamiento para no incurrir de nuevo en errores del pasado.
En ese contexto, resulta difícil de comprender la lentitud con la que ha arrancado el proceso de vacunación. Su decepcionante ritmo, pese a la mejora de los últimos días, hace presumir que o los gobiernos también se han visto sorprendidos por la complejidad logística de la tarea, aunque era conocida de antemano, sin haber puesto los medios necesarios para desarrollarla o que, digan lo que digan sus portavoces, no le conceden la extraordinaria trascendencia que tiene. Solo una administración masiva de los inyectables permitirá recuperar una normalidad digna de tal nombre, aunque previsiblemente no idéntica a la que conocimos antes de la covid. Las previsiones de que el próximo verano estará protegida en torno a un 70% de la población, lo que garantizaría una inmunidad grupal, se antojan hoy por hoy de muy difícil consecución si las comunidades no aceleran de forma drástica ni se replantean sus planes iniciales para recuperar el terreno perdido.
Los plazos en los que se alcance tal objetivo, sujetos además a eventualidades sobre la fabricación de esos preparados u otros problemas que puedan surgir, no son un asunto baladí. De ellos depende cuándo serán erradicados los letales efectos del virus para la salud pública, una prioridad cuya urgencia admite poca discusión. Pero también el restablecimiento de una cierta normalización en la vida diaria tras las excepcionalidades impuestas por la pandemia y, sobre todo, la revitalización de la economía. Por todo ello, ni la vacunación admite demoras ni su éxito puede ser puesto en peligro con nuevas torpezas en la gestión como las cometidas de forma reiterada durante esta crisis.
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