Los adultos nos resignamos a sobrellevar, como el mito griego de Atlas, el peso de nuestras decisiones. En algunos casos, son tremendas losas que pesan como demonios. Y no suele haber vuelta atrás: se tira como se puede.

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Sin embargo, hay un ámbito en el ... que dichas decisiones se pueden deshacer: el político. Cualquier ciudadano tiene cuatro años para desandar el camino y rectificar su decisión anterior. En ese sentido, los gobernantes son rehenes de sus propios conciudadanos y han de rendir cuentas. Pero una vez vaciadas las urnas y adjudicados escaños, cargos y varas de mando, las tornas cambian y son los ciudadanos los secuestrados por sus decisiones otros cuatro años más. Es el sistema democrático, es imperfecto pero de momento es el mejor.

Sin embargo, a veces los ciudadanos son rehenes por partida doble. La primera, a costa de sus propias elecciones cuando votan a sus representantes. La segunda, más perversa, al verse perjudicados con las ocurrencias de los políticos sobre otros colectivos. Me explico: un gobernante adopta una medida controvertida que encabrita a un colectivo concreto; ese grupo se moviliza en protestas que termina padeciendo el ciudadano de a pie, al que ni le va ni le viene el conflicto ajeno, en lugar del verdadero responsable, el gobernante que cabreó al colectivo.

Pasó con los transportistas, cuyas movilizaciones dejaron desabastecidos comercios y despensas. Y sucede, a otro nivel, con el conflicto que el Ayuntamiento de Logroño mantiene desde hace meses con la Policía Local. Sin que el ciudadano tenga voz ni voto en el follón, es quien se resiente del descontrol, los malos modos y la poca previsión. Y, como guinda, ahora ve reducido el recorrido de la Cabalgata por motivos «técnicos». Apáñense, señores, que el ciudadano se harta de tantos secuestros y tan pocos rescates.

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