La vuelta del fútbol tres meses después de que fuera suspendida la competición visualiza el restablecimiento de una cierta normalidad. No obstante, el hecho de que los partidos se disputen sin público y en medio de unos estrictos protocolos para evitar contagios refleja la persistencia de la excepcionalidad provocada por la pandemia. Privar al mayor espectáculo de masas de la presencia de espectadores en las gradas constituye un hándicap deportivo para algunos clubes al eliminar el factor campo y un revés económico para todos ellos. Pero la protección de la salud pública ha de primar sobre cualquier otra consideración. El Gobierno ha dejado una puerta abierta al regreso parcial de los aficionados en la recta final de la Liga, respetando la distancia de seguridad, si así lo permitiera la situación epidemiológica. Con el virus aún entre nosotros, resulta obligado actuar con pies de plomo ante la complejidad que representa gestionar flujos de miles de personas en los estadios y en el transporte publico en los momentos previos y posteriores a cada encuentro. La deseable implantación de la normalidad en el fútbol será bienvenida por todos, pero debe realizarse sin correr riesgos innecesarios.
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