Felipe VI, acompañado por el presidente del Gobierno, visitó ayer brevemente Barcelona para presidir la entrega de unos premios. Fue la manera con la que el Ejecutivo trató de enmendar el error de impedir que el rey presidiera la entrega de despachos a los nuevos jueces hace ahora dos semanas. De pasar página a una polémica que desgasta innecesariamente a Moncloa y Zarzuela. Como estaba previsto, dieron plantón a don Felipe las autoridades institucionales independentistas y la alcaldesa de Barcelona, pero las protestas callejeras, contenidas por un importante dispositivo policial, no pudieron ocultar su carácter minoritario, aunque la ya curtida presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, sustituyera esta vez a los más jóvenes en la tarea de desgañitarse y de quemar un retrato del rey. En nuestro ordenamiento, el titular de la Corona tiene asignado un papel simbólico pero no meramente pasivo ni irrelevante, por lo que el Ejecutivo de turno, que ha de refrendar los actos del rey, tiene que preservar sus zonas de autonomía y combinar con él la acción de Estado. Discordancias como la que se ha querido corregir son siempre impertinentes y afectan a los delicados equilibrios de nuestra bien medida Constitución.
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