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Los presidentes de las cuatro empresas tecnológicas más importantes del mundo han desfilado esta semana, virtualmente, por el Congreso en Washington. Desde sus pantallas han testificado sobre hasta qué punto compiten en mercados libres, en vez de abusar de una posible posición dominante. Se trata ... de una investigación clásica en la cultura jurídica americana, que cíclicamente deshace monopolios y restaura las reglas del capitalismo, como ocurrió en su día con la petrolera Standard Oil o el gigante de telecomunicaciones AT&T. Pero la verdadera pregunta que se hacen los congresistas impulsores de esta iniciativa es si estas grandes empresas globales en el fondo tienen capacidad para eludir las reglas del juego que establezca un país determinado para proteger los derechos fundamentales y si además contribuyen a empeorar la calidad de nuestras instituciones democráticas. Google, Amazon, Apple y Facebook han crecido a toda velocidad, gracias a una capacidad innovadora formidable, subidas en la ola de la revolución digital. Por su tamaño global y al ser organizaciones pioneras apenas están sometidas a pocas regulaciones y pagan impuestos bajos, en comparación con todo el poder que ejercen y el dinero que ganan. Predican la autorregulación, pero su prioridad es enriquecer a sus accionistas y no tienen muchos incentivos a la hora de rendir cuentas a otros titulares de intereses (en España optamos por decir con un anglicismo penoso, 'stakeholders').
Las comunidades donde operan, los trabajadores, los proveedores, suelen quedar en un segundo plano. El tamaño gigante de las tecnológicas les permite actuar como un gobierno privado, capaz de grandes cosas pero también responsables de conductas desastrosas, como es el caso de Facebook y su propagación de discursos de odio y de noticias falsas en procesos electorales. La polarización política que sufrimos responde en buena medida al efecto pernicioso de desintermediación de las redes sociales, que sustituyen el debate y el intercambio de opiniones fundadas por basureros en los que cualquiera arroja insultos y propaga bulos. El problema de fondo es que el modelo económico de estas empresas está basado en invadir la privacidad, recabar datos y estudiarlos mediante la supercomputación y diseñar experiencias para capturar la atención de los usuarios. Buscan crear adicción digital y «cosechar los comportamientos», es decir, no solo predecirlos sino predeterminarlos. Su fin legítimo es el ánimo de lucro, pero los medios y los efectos son cuestionables. La pregunta que se hacen estos días muchos en Washington es cómo reglas del juego justas y eficaces para embridar a las tecnológicas.
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