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Hubo una vez un reino cuyo rey no gobernaba pero en cuyo gobierno reinaba la división y cuyos súbditos, según la leyenda negra de los reinos vecinos, solo pensaban en liberarse del castigo divino de currar para irse de fiesta, de viaje, de compras, de ... cena, de estadio o de romería, de puente a la casa rural o a la playa y en apalancarse en una terraza donde, entre sorbo de birra y bocado de fritanga, ponerse al día en miserias y desgracias del prójimo local, certificar lo mal que está todo pero especialmente la sanidad y la economía, abominar de los impresentables que nos gobiernan y concluir que todo es una vergüenza, salvo lo que haga o deje de hacer el encargado de proclamarlo a mascarilla descolgada con el asentimiento unánime del corrillo.

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