Ese reflejo

Tenía muchos de esos recuerdos perdidos por la cabeza, y he vuelto a pensar en ellos, a juntarlos como piecitas de Lego al ver cómo muchos pueblos van a precintar sus piscinas este año. Será otra estampa para las hemerotecas, miraremos el espejo de agua en el que flotarán las hojas y del que beberán los pájaros, y en ese reflejo líquido oscilará nuestra imagen, puede que con mascarilla.

En 'El Gran Gatsby', Nick describe así la mansión de su vecino millonario: «Era colosal sin discusión, copia fiel de algún Hotel de Ville de Normandía (...) con una piscina de mármol y veinte hectáreas de jardines y césped». Para los que somos habitantes de la España interior, esa es la imagen que tenemos de la prosperidad: una piscina en verano, nada más. Yo he chapoteado en las viejas piscinas del Ebro, o en esa otra de plástico que montaba mi padre en la terraza de casa de los abuelos, y tener piscina en el pueblo fue como cambiar la tele en blanco y negro por una nueva en color.

Todos los pueblos son el mismo porque todos tienen sus lugares simbólicos, sitios en los que se besan los novios y por los que caminan los nietos con los abuelos, colegios que laten como corazones y bares que albergan en la pesadez de su aire cargado el relato de las generaciones. En muchos pueblos no habrá piscina este año y la vida seguirá, dejándonos en el móvil una galería de fotos absurdas y en la memoria unas cicatrices rarísimas, las de este verano que, aunque aún no ha venido, ya lo estamos recordando y queremos olvidar.